Por un momento, la
espesa niebla que cubrió el bosque durante las primeras horas de la mañana abandona
el valle, una modesta quebrada del municipio de Mistrató, en el Chocó
biogeográfico.
La selva que se encuentra por debajo de mi posición brilla con
mil matices con cada rayo de sol que alcanza la superficie de la miríada de
hojas que forman el dosel tropical, en un mosaico de verdes refulgentes
imposible de describir.
Algunos jirones de niebla todavía flotan entre las
copas de los árboles, imprimiendo al paisaje un halo de misterio; y el rugido
de la catarata, que se precipita furiosamente entre las rocas al fondo del barranco,
aporta una nota musical a ese paisaje, completándolo.
Sé que son ellos, y sé que
están ahí, pero de momento no puedo verlos.
Una vez más, examino repetidamente
las laderas con mis prismáticos, abarcando toda la cuenca del arroyo, el dosel
arbóreo, el cielo, e incluso algunas de las ramas despejadas que puedo
distinguir desde donde estoy, por si ellos estuvieran posados allí.
Vuelven a
cantar. Sigo buscando durante un minuto, dos, tres, cinco, ocho…pero nada.
Empiezo a pensar que tendré que abandonar una vez más, sin verlos, cuando
detecto un movimiento en el cielo, por delante del bosque, difícil de seguir a
esta distancia con un fondo tan oscuro.
Sí. Es un ave rapaz, que gira en
círculos, remontándose lentamente sobre el valle, pero es un gavilán gris (Buteo nitidus), y la emoción se estrella
contra el piso.
¡¡¡No!!! ¡Hay algo más! Dos aves que casi doblan en tamaño al
gavilán también cogen altura en las corrientes térmicas que se forman sobre las
colinas.
Y ahora sí, ahí están, viviendo su vida ajenas al subidón que este
primate está experimentando a cierta distancia de donde se encuentran.
Son una
pareja del gavilán montés barreteado (Leucopternis
princeps), una de las aves de presa de tamaño considerable más difíciles de
ver en la región, y una de las que nos faltaban en este viaje.
Están lejos y la
experiencia no es muy larga, pero suficiente para disfrutarla y hacer una
grabación testimonial para el resto de la familia, que hoy no pudo acompañarme.
Trogon personatus, hembra |
Justo cuando desaparecen en la distancia, una fina llovizna se instala para
quedarse, así que recojo mis bártulos y me voy hacia la carretera, donde llego
bajo una lluvia que se ha convertido en casi torrencial.
Me protejo debajo del voladizo
de un tejadillo de chapa que me proporciona una pequeña caseta de madera a pie
de carretera, satisfecho con la jornada pajarera, en la que también tuve la
fortuna de observar al quetzal de cola negra (Pharomachrus auriceps) y a los endémicos tángara negra y dorada (Bangsia melanochlamys) y turpial de vientre rojo (Hypopyrrhus pyrohypogaster) durante el
corto paseo selvático de la mañana, antes de que la niebla abandonara el bosque
y me permitiera buscar a las rapaces que me interesaban.
No tarda en recogerme
una camioneta que me lleva hasta el pueblo.
Este es el punto culminante de tres
días de búsqueda, que comenzaron con una caminata por el bosque en la que
escuchamos a los gavilanes por primera vez.
Spizaetus tirannus |
Una búsqueda que nos aportó otras
observaciones no menos interesantes durante los sucesivos intentos de avistar a
esta rapaz forestal, como la del águila tirana (Spizaetus tirannus) que apareció volando a baja altura sobre
nuestras cabezas justo cuando estábamos intentando localizar el punto desde el
que reclamaban los Leucopternis,
creando confusión e impidiéndonos estar atentos a todo, momento que aprovechó
una hermosa culebra (Chironius monticola) para hacer su aparición y distraernos totalmente; o
la de la hembra de gavilán de pico gancho (Chondrohierax
uncinatus) que se unió a esa momentánea explosión de vida.
Pocos minutos después
volvíamos a estar solos, con la sensación de que “nuestros” gavilanes habrían
podido pasearse tranquilamente sobre el dosel sin que nos diésemos cuenta, y
dispuestos a aguantar un par de horas más sin ver absolutamente nada.
Los
endemismos abundan en esta región, y saltarines moñudos (Masius chrysopterus), cucaracheros de Munchique (Henicorhina negreti), o musgueritos gargantilla (Iridosornis
porphyrocephalus), son algunas de las aves que engrosaron nuestra lista en
el municipio de Mistrató de forma interesante, con otra estrella destacable
que, aunque ya habíamos visto antes, no dejó de alegrarnos el día.
Esperamos en silencio hasta que vuelve a sonar, y
aunque creemos reconocerlo, nos acercamos despacio al lugar de origen del
misterioso ruido.
Entonces, un reflejo rojo anaranjado destaca entre el verde
dominante, un fuego fatuo que se desplaza rápidamente de rama en rama,
aportando su llamativa tonalidad al bosque tropical que le cobija.
Segundos
después le sigue otro, y otro más.
Estamos en medio de un lek –lugar en el que
se concentran los machos de determinadas especies para desplegar sus displays o
comportamientos de cortejo, y así competir entre ellos con el objetivo de
seducir a las hembras- de gallitos de roca (Rupicola
peruvianus), un bonito representante de la curiosa familia de las cotingas.
No hay muchos machos, pero el espectáculo que representan siempre merece la
pena, y lo disfrutamos hasta que deciden dejarlo e irse a otra zona del bosque.
En Mistrató
terminamos una serie de visitas cortas a algunos de los municipios de la zona
llamada “Triángulo del Café”, por ser una de las principales regiones productoras
de esta bebida estimulante en Colombia.
La madre de Carmen sigue ingresada en
un hospital de Galicia y, aunque por las noticias que recibimos evoluciona
favorablemente, no queremos internarnos durante mucho tiempo en el monte para
poder comunicarnos regularmente con la familia.
Esta isla de vegetación
selvática, en un medio dominado por campos agrícolas y plantaciones cafeteras,
acoge densas poblaciones de algunos vertebrados, confinados en un bosque del
que no tienen demasiadas opciones de salir, como los varios ejemplares de
perezosos de dos dedos (Choloepus hoffmanni)
que pudimos observar.
Mariposario, construido con la forma de la Pseudohaetera hypaesia, una mariposa que habita los bosques húmedos del Quindío |
Phaetornis guy |
Las aves, aunque con una mayor capacidad de movimientos
en general, también encuentran en estos jardines un refugio ideal en el que
buscar alimento y reproducirse.
Entre otras muchas especies, aquí vimos por
primera vez a las tangaras Tangara vitriolina,
T. cyanicollis y Chlorophanes spiza;
y a los colibrís Glaucis hirsuta,
Phaetornis guy, Amazilia saucerrottei, A. cyanifrons y Anthracothorax nigricollis, algunos de ellos en la zona de
alimentadores preparados para atraer a estos pequeños seres alados.
Plantas carnívoras del Jardín Botánico. |
Funicular de Manizales |
Nuestra siguiente
parada es en Manizales, a donde llegamos el 21 de febrero y donde pasaremos un
par de días antes de seguir camino hacia Mistrató.
La reserva que pensábamos
visitar durante nuestra estancia solo es accesible con un permiso de la oficina
de Aguas de Manizales, así que como es sábado y no podemos conseguirlo, nos conformamos con
pajarear en el Ecoparque de los Alcáceres, a las afueras de la ciudad, donde
vemos otro puñado de especies nuevas.
Entre ellas, localizamos una pareja de
capitanes de cabeza roja (Eubucco
bourcierii) que excavan su nido en el tronco de un árbol, turnándose ambos
sexos en el trabajo, o una pareja de tucanetas de cola castaña (Aulacorhynchus prasinus) que se turnan
en cortas permanencias en su nido, tal vez terminando su construcción o
preparándose para la puesta.
Eubucco bourcierii, macho y hembra |
Momotus subrufescens:
El resto de nuestro tiempo en Manizales lo pasamos en otro Ecoparque, llamado Los Yarumos, situado al otro extremo de la ciudad y enfocado al disfrute de los más pequeños.
Allí Sahara se lo pasa en grande
jugando en las distintas atracciones, haciendo un montón de amigos e incluso
asistiendo a un espectáculo de clown.
Espectáculo de clown |
Disfrutando del espectáculo |
El día 3 de marzo nos
toca vida de autobús, después de las cuatro horas y media de ayer para regresar
a Armenia desde Mistrató.
Dibujo de Sahara para la abuela, con nosotros en un avión yendo a visitarla |
Desde Armenia, algo más de siete horas de bus nos
acercan a la terminal Sur de Bogotá, donde un alimentador nos lleva a la parada
más cercana de los autobuses urbanos articulados de Transmilenium, en el que vamos hasta el centro de la ciudad, donde tenemos que cambiar de línea.
Pero
allí el atasco es monumental y de repente nos encontramos en un pasaje cerrado
en el que cientos de personas se empujan y atropellan, tratando de subirse a
alguno de los vehículos que pasan por esa ruta.
Total, que hay algún desmayo,
muchos empujones, gente saltando las vallas hacia la carretera y dos gallegos
con mochilones intentando que su hijo no sea aplastado por la avalancha, aunque
sea a base de dar codazos y empujar más que los demás.
Después de una hora de
atasco y de agobio, conseguimos subirnos al último transporte que se dirige a
nuestro destino y nos acerca más al hostal que es nuestra casa en la capital
colombiana, aunque para rematar, la caminata hasta el alojamiento la hacemos
bajo la lluvia.