miércoles, 15 de octubre de 2014

TRAS LAS HUELLAS DEL OSO DE ANTEOJOS, PRIMERA PARTE. GACHETÁ


Buscando osos andinos en el páramo


Nueve y cuarenta y dos de la mañana.
Las nubes desaparecen del cielo, el sol ya calienta, y no hace mucho que me deshice de un par de capas de ropa que me protegían del frío matinal. 
Un bonito pájaro carpintero de dorso carmesí (Piculus rivolii) se posa en el tronco de un gran árbol de siete cueros (Polylepis sp.), donde comienza a buscar larvas de insectos entre las numerosas bromelias que tapizan sus ramas, mientras en la distancia los tucanes andinos de garganta blanca (Andigena nigrirostris) emiten sus estridentes llamadas desde el bosque cercano.




Andigena nigrirostris


Esperando al oso


Carmen y Sahara en clase, al lado de nuestro refugio
Llevo algo más de tres horas sentado en la novena espera mañanera que hago a una zona en la que hemos colocado algo de carroña con la intención de observar al oso de anteojos, oso andino u oso frontino (Tremarctos ornatus), uno de los mamíferos de mayor tamaño y más esquivos de Suramérica.
Sigo sin obtener ningún resultado positivo de momento, y casi una hora más tarde Carmen me llama desde la cabaña en la que estamos instalados, unos cien metros más abajo en esta misma ladera.
Acaba de terminar la clase de lectura y escritura de Sahara y me avisa para que baje a hacer algunos ejercicios de coordinación, volteretas y estiramientos con él antes de empezar con la siguiente clase de matemáticas.

En la clase de educación física


Ahora...¡voltereta lateral!

Mientras Sahara aprende a sumar, restar, a agrupar elementos en conjuntos de decenas o a utilizar los símbolos de mayor y menor, yo avivo el fuego para preparar la comida que nos llevaremos de excursión al terminar las clases.

Terminando las clases en la propia espera

También hay clase de plástica

Mi regalo de cumpleaños, dibujao por Sahara. Montañas de fondo, un tucán en el bosque, nuestra cabaña, toda la familia (yo con mi gorro marrón), el sol, un águila mora y, cómo no, dos osos de anteojos dejándose ver.



Páramo andino


Hoy vamos a caminar al páramo, a unos cuarenta minutos más arriba de la choza que utilizamos como cuartel general. 
Allí, un pequeño sendero que discurre entre frailejones (Espeletia sp.), piñuelas o cardosantos (Puja sp.) y parches de bosque nuboso, nos adentra aun más en el mundo del plantígrado andino, del que abundan las señales en nuestro recorrido. 
Un águila mora (Geranoaetus melanoleucos) planea a lo lejos, mientras algunos zopilotes negros (Coragyps atratus) y de cabeza roja (Cathartes aura) dan vueltas sobre nosotros. 


Piñuelas comidas por el oso


Aquí sentimos todavía más la presencia del úrsido, rodeados de los restos de cientos de piñuelas de las que se ha alimentado más o menos recientemente.









Hacemos una parada para comer en la ladera de un pequeño promontorio rocoso, desde donde controlamos varios claros en la vegetación, por los que podría pasar el animal en sus desplazamientos diarios entre un parche boscoso y el siguiente. 
Después volvemos sobre nuestros pasos hasta la parte alta de este páramo, desde donde hacemos la espera de la tarde, con una magnífica vista de la zona por la que acabamos de caminar, donde una alta densidad de rastros de osos delatan la presencia continua del carnívoro. 
A nuestro alrededor, un bando mixto de paseriformes en el que identificamos más de media docena de especies (Myoborus ornatus, Diglossa sittoides, D. cyanea,  Conirostrum sitticolor o Atlapetes pallidinucha, entre otros), ameniza un poco nuestra espera. 
Algunos colibrís revolotean rápidamente de flor en flor, pasando a nuestro lado zumbando a gran velocidad, lo que imposibilita su identificación en la mayoría de los casos. 



Buthraupis montana



Recogiendo frutillas del bosque

Sahara recoge uvitas para todos, una pequeña y deliciosa frutilla del bosque que proporciona abundante alimento a sus habitantes durante la época de fructificación. 

Dos horas más tarde, regresamos a la cabaña con las manos (o, más bien, los ojos) vacías, mientras las ranas comienzan a interpretar sus canciones nocturnas. 

Avivamos el fuego, comemos unas palomitas de maíz y jugamos un parchís antes de hacer la cena. 







Haciendo unas truchas a la brasa





El cielo está despejado y disfrutamos de un bonito paisaje estrellado durante la comida antes de bajar al cercano arroyo, que nace en una pequeña turbera en la que nos abastecemos de agua y en la que lavamos nuestras cosas con jabón biodegradable. 

Allí vemos como unos cuantos ejemplares de ranas de la familia Hylidae se congregan para depositar sus huevos en el agua cristalina que discurre lentamente entre la vegetación palustre, donde las becadas parameras (Gallinago nobilis) son relativamente abundantes. 





Nos acostamos, y dos o tres búhos (Ciccaba sp.) amenizan nuestras respectivas lecturas con sus discusiones vocales, arrullándonos hasta que nos quedamos dormidos. 



06:13 a.m. Amanece un nuevo día y salgo de la cama para hacer una espera más. 
Pero una niebla espesa cubre todo el valle, así que avivo las brasas de la fogata de ayer y caliento un poco de agua para el desayuno. 

Después de una reconfortante infusión, que devuelve algo de calor al cuerpo destemplado, salgo hacia el punto de espera en el páramo, donde creo que puedo tener más posibilidades de ver algo que en la carroña. 

De camino, sorprendo a un gavilán andino (Accipiter ventralis) entrando a un pequeño parche de bosque, donde lo sigo y lo descubro en uno de sus posaderos. 




Los mirlos grandes (Turdus fuscater) despliegan su actividad en todos los rincones del bosque, los colibrís (Metallura tyriantina o Lesbia nuna, por ejemplo) se alimentan frenéticamente y algunos mosqueros (como Ochthoeca rufipectoralis, O. fumicolor, Pyrrhomyias cinnamomeus o Mecocerculus leucophrys) ya están situados en sus atalayas de caza, en las ramas más altas o despejadas de los árboles del borde del bosque.

Lesbia nuna, hembra; Pyrrhomyias cinnamomeus; Ochthoeca rufipectoralis; y Sturnella magna



Al llegar al alto, la niebla continúa cubriéndolo todo, así que aprovecho para leer algunos capítulos de “Sobre el volcán”, el libro en el que Manuel Leguineche nos presenta la realidad centroamericana de las décadas de los ochenta y noventa, algunas de las más duras en la historia reciente de esa castigada geografía. 

La niebla se levanta poco a poco, dejando ver intermitentemente algunos trozos del paisaje mixto de páramo y bosque que se abre a mis pies. 


 




El oso no aparece, pero alrededor de las nueve y media de la mañana escucho los enfurecidos maullidos de un felino desconocido a pocas decenas de metros de mi posición (teóricamente aquí habitan jaguarundis Puma jagoauaroundi, tigrillos Leopardus tigrinus y ocelotes L. pardalis, y no se a cuál de ellos pertenecen estos gritos, pero son muy similares a los que hemos escuchado alguna vez en las luchas territoriales de los linces ibéricos (Lynx pardinus) del sur de España). 
Aunque parece una pelea, aparentemente los gritos proceden de un único ejemplar, quizás una hembra parándole los pies a un pretendiente demasiado fogoso, quién sabe... 



Pocos minutos más tarde llegan Carmen y Sahara.
Han estado “socializando” con un par de yeguas que viven en un prado a medio camino entre nuestra cabaña y el páramo, y a las que el pequeño disfruta dando de comer algunos trozos de zanahoria y unos puñados de sal después de acabar con sus tareas del día. 
También para nosotros traen un tentempié, patatas cocidas con queso, tomate y aguacate, una ensalada fría deliciosa que aplaca un poco el hambre que empezamos a sentir a media mañana. Sobre las doce del mediodía, el cielo comienza a encapotarse, y poco más tarde, las primeras gotas de lluvia hacen que abandonemos nuestro puesto y salgamos rápidamente hacia el refugio.




 
Hacemos un alto en una pequeña choza en el prado de las yeguas amigas de Sahara hasta que escampa, y un poco más adelante nos instalamos sobre una roca para almorzar los restos de la pasta con vegetales que nos sobró ayer antes de continuar nuestro recorrido, esta vez por el interior de uno de los bosquetes que salpican la zona, y que forman un rico mosaico junto con los parches de páramo y los prados ganados al bosque en tiempos pretéritos. 












Día tras día, el enano se fue ganando la confianza de las yeguas, algo desconfiadas al principio




Troncos repletos de marcas de ascenso de los osos

 
Intentamos encontrar nuevas señales del paso de los osos, tales como arañazos o marcas de ascenso a los árboles, pero no obtenemos ningún resultado nuevo aparte de los rastros ya descubiertos las pasadas jornadas.



A pesar de todo, el bosque de niebla que cubre las laderas andinas a estas altitudes (unos 3.000 metros sobre el nivel del mar) es muy hermoso e interesante, formado por diversas especies arbóreas completamente tapizadas y cubiertas por musgos, líquenes, bromelias, orquídeas y otras plantas epífitas que imprimen un carácter mágico a todo el conjunto.






Rastros de osos. Excremento, piñuelas comidas, detalle de las hojas mordidas, marca de una garra en un tronco, posible mordisco en un tronco podrido, y marcas de agarre (subida o bajada) en un árbol, dejadas al trepar por él.

Restos frescos de piñuela comida. A un lado, las hojas arrancadas aparecen ordenadas junto a la planta

"Barriendo" el paisaje en busca de osos

Un poco más tarde, la lluvia y la niebla se alían para conseguir que no realicemos la espera vespertina, y acabamos jugando al parchís en el interior de la cabaña mientras bajo la lluvia se cocina al fuego un arroz que nos servirá como cena hoy y como almuerzo mañana. 

Cuando anochece, todo está cubierto, llueve y hace algo de frío, así que nos recogemos temprano en la habitación, bien arropados, y a ver cómo amanece el día de mañana…. 


Subiendo hacia "La Carbonera"

Llegando a "La Carbonera", paraje en el que se encuentra la cabaña

Conociendo el entorno en esta tierra de osos

Un descanso en el camino

Comiendo felices delante del hogar temporal


De esta manera discurrieron aproximadamente los 16 días que pasamos en la pequeña choza de Javier, divididos en tres estancias de 2, 6 y 8 días respectivamente, y alternados con permanencias de un par de noches cada vez en su propia casa, desde donde acudíamos al mercado a abastecernos de víveres, en el término municipal de Gachetá, no muy lejos de la capital colombiana. 





Javier y Diana, nuestros estupendos anfitriones

Fue con Diana, la mujer de Javier, con quien Carmen realizó gran cantidad de las tareas típicas de una familia rural de las montañas de Colombia, que incluyeron alimentar a los cerdos, sacar y recoger los terneros en los prados, cortar y transportar hierba fresca, moler maíz y preparar arepas, ordeñar las vacas, recoger vegetales de la huerta y otras cosas por el estilo, además de ayudar a Katerina (Cata), su hija mayor, con las tareas de la escuela.







Preparando la trampa con Javier, para que los osos se vayan habituando
Llegamos aquí tras contactar con la Fundación Wii, que trabaja por el estudio y la conservación del oso andino en Colombia, y que acepta que participemos como voluntarios en los proyectos que están llevando a cabo. 
Colocación de cámaras-trampa, trampeo y marcaje de individuos o radioseguimiento de los mismos, son algunas de las actividades que desarrollan desde hace algunos años en distintas partes del territorio colombiano, pero cuando llegamos al campo junto a Javier, nos comunica que ha habido retrasos en la firma del proyecto con la entidad financiadora, y que este año también se retrasará un poco el comienzo de los trabajos. 
Además, el collar del oso que mantenían bajo seguimiento últimamente, tras su captura hace dos o tres meses, ha dejado de emitir la señal de radio, y no se sabe nada de él. 




De todas formas, subimos juntos al monte, donde nos enseña la zona, nos pone en situación y nos encarga el cebado del lugar con carroña, para que los osos se acerquen al área de trampeo y comiencen a habituarse a la jaula-trampa, y así intentar atrapar uno en cuanto el proyecto comience a funcionar. 

Nosotros estamos encantados con la perspectiva de pasar una temporada en una cabaña rodeada de monte en plena zona osera, así que después de esta breve toma de contacto, nos preparamos para una estancia un poco más larga. 

Analizando el contenido de un excremento de oso

Rastro relativamente fresco del consumo de una piñuela



Preparando la carroña para atraer al oso. La primera vez, además de dejar un rastro oloroso de sangre y vísceras en la piedras (1ª foto), en el bosque y en la trampa, atamos dos grandes fémures de vaca a las rocas en la zona de transición entre el páramo y la zona de bosques y prados. Esto nos serviría también para hacer una buena espera, pero el segundo dia un par de perros se pasaron más de una hora royéndolos, y se llevaron los restos. En la segunda ocasión, preparamos unos grandes trípodes con troncos en los que atamos los huesos, fuera del alcance de perros y zorros.




Llevando los troncos a las piedras




 



Resultado final


En la turbera donde nos abastecemos de agua. Al fondo a la derecha, la cabaña








 
La cabaña, de tablones de madera, es muy sencilla, ya que se construyó con el propósito de guardar algunos pertrechos relacionados con la ganadería extensiva de unas pocas cabezas de ganado vacuno y para refugiarse esporádicamente de algún inesperado aguacero tropical. 

Con el tiempo y en parte debido a la nueva ocupación de Javier como miembro del equipo de seguimiento de la población de osos, se construyó un pequeño altillo que funciona como camastro para el equipo durante las campañas de trampeo, y que tuvimos que acolchar de nuevo con grandes cantidades de hojas secas de frailejón para hacer un poco más cómoda nuestra futura cama. 

Primera noche en la cabaña

Recogiendo hojas secas de frailejón para acolchar la cama

Sentado en la entrada del dormitorio, consulto la guía de pájaros

La cabaña cuenta con dos estancias. Esta, con un banco y un espacio para la leña, y la que se ve tras la puerta, donde guardamos los víveres y se encuentra la cama, aislada por paredes de madera forradas de plástico








 
En esta primera noche en la cabaña celebramos mi cumpleaños con unos deliciosos filetes de trucha asados que disfrutamos bajo un cielo estrelladísimo después de observar una buena cantidad de rastros oseros de distintos tipos. 

¡La verdad es que no puedo pedir mucho más!





Más rastros: Restos antiguos de piñuelas consumidas por el oso, arañazos en un tronco,
marcas de agarre para trepar, y restos del consumo reciente de una piñuela


 
Después de esta corta toma de contacto, regresamos a la casa de Javier y bajamos a por víveres para la semana al mercado de Gachetá, que incluyeron grandes huesos de vaca y un poco de sangre de cerdo para cebar la trampa de los osos y sus alrededores.


También aproveché para comprar un sombrero típico de la zona y renovar mi vieja gorra, que ya no da más de sí. 




Venta de ganado en el mercado dominical de Gachetá

Un paisano de la zona transportando leche

Cocinando con Diana

Y más truchas, esta vez en casa con la familia


Sahara y Maryuri, inseparables cada vez que bajábamos a la casa de Javier y su familia


Primer dia de curso, al que Sahara acudió como un alumno más acompañando a su amiga Maryuri (aunque sin uniforme)




Pasamos una segunda noche en la casa y subimos otra vez al monte, esta vez ayudados por una de las yeguas de Javier, que transporta la mayoría de nuestras cosas hasta los 3.000 metros a los que se encuentra la cabaña. 

Todavía repetiremos este viaje una vez más, pero trasladando todos los pertrechos (incluyendo víveres frescos para una semana y huesos y sangre para el oso) sobre nuestras espaldas en una agotadora caminata de varias horas, necesaria para cubrir la decena de kilómetros y los 500 metros de desnivel aproximados que separan nuestros campos base.




Asando unos filetes en parrilla de palo



Cargado en nuestra última subida a "La Carbonera"







 

Dejamos Gachetá el día 29 de enero después de tres semanas allí, y regresamos a Bogotá una vez más. 
Atrás dejamos una familia que nos acogió en su humilde casa como si fuéramos tres miembros más de su hogar. Javier, su mujer Diana, sus hijas Katerina y Maryuri, y sus padres Isaí y María Jesús, además de algunos de sus hermanos, hermanas y sobrinos hicieron que nos sintiéramos como en casa. 



Uno de los últimos días en casa de Javier, lo dediqué con él a recorrer fincas y casas de familiares algo alejados en una bonita excursion a caballo que duró practimaente toda una jornada:





Nos despedimos de la cabaña y de las posibilidades de ver osos en esta montaña

No conseguimos ver osos andinos, pero vivimos una bonita experiencia en los bosques y páramos que constituyen su morada, y siempre sentimos que estaban por allí, esperamos tener más suerte la próxima vez...

Fotos de un oso andino hechas por Javier a unos 300 metros de la cabaña, publicadas en un almanaque local que promueve la protección y conservación de los páramos colombianos


¡Adiós Carbonera!



Después de 21 días, juntamos un gran número de imágenes, así que ahí van algunas fotos más:






Sahara delante de la cabaña de madera en el prado de las yeguas, donde nos refugiamos de la lluvia alguna vez




Caída de agua en el bosque



¿Queréis más uvitas?



Defendiéndose del frío de la atardecida

Y cubriéndose del sol de mediodía


















Mercadeo de patatas

Un par de buenos ejemplares











Mira a ver qué hay ahí dentro, porfa...





¿Dónde está Carmen?


Sobre la mano de Carmen, las marcas de dos garras de oso



Recogiendo agua. Al fondo a la derecha, la cabaña















...y nos vamos de la cabaña

Penelope montagni

Falco sparverius

Cyanocorax yncas

Cyanocorax yncas

Piculus rivolii

Penelope montagni

Hylidae

Hylidae

Colorida cópula en el camino

No hay comentarios:

Publicar un comentario