martes, 12 de agosto de 2014

SANTA MARTA, PARQUE NACIONAL TAYRONA Y LOS PUEBLOS INDÍGENAS DE LA SIERRA NEVADA


Poblado Kogi de Dumingueka, en la Sierra de Santa Marta.
Desgraciadamente, esta es la única foto que conservamos de nuestra visita a la comunidad


Familia Kogi
Kogis, Arhuacos, Wiwas y Kankuamos. 

Los actuales pobladores indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta son descendientes directos o están íntimamente emparentados con los indios Tayrona, aquellos con los que se encontraron los conquistadores españoles a su llegada a la sierra. 

Los extranjeros barbados hallaron una sociedad pacífica y desarrollada, basada en una intima comunión con la tierra, con la madre naturaleza, que les proporcionaba todo lo que necesitaban para vivir y a la que veneraban y respetaban sobre todas las cosas. 



Dumingueka podría haber sido una de las aldeas que los
conquistadores encontraron a su llegada (Foto: Carlos Taboada)
Una vez más, y como fue tristemente habitual en la época, el choque cultural y la conquista del territorio por parte de los europeos conllevó una total falta de respeto por los habitantes originarios y sus costumbres. 

La lucha territorial entre los recién llegados y los aborígenes se recrudeció entre los años 1525 y 1600, año este en que la campaña militar llevada a cabo por el gobernador de la ciudad de Santa Marta casi terminó con esta etnia indígena, decapitando y descuartizando a los principales caciques Tayronas y entregando a los pobladores sobrevivientes a los encomenderos de la ciudad. 

Los supervivientes que consiguieron escapar se refugiaron en las partes más altas e inaccesibles de la Sierra Nevada y sus descendientes son los Kogis, los Arhuacos, los Wiwas y los Kankuamos de hoy en día.

Pagamento (Foto: Carlos Taboada)
Estas cuatro etnias indígenas colombianas, pero sobre todo los Kogis, mantienen casi inalterada su cultura, su sorprendente cosmovisión y su asombrosa forma de entender el mundo. 

Para ellos, la tierra es un ser vivo, a la que cuida La Gran Madre, la figura creadora que representa las fuerzas de la naturaleza. 

Cualquier actividad de los hermanitos menores –que es como llaman a los no indígenas y a todos los que no viven en la Sierra de Santa Marta, el centro del mundo; las cuatro etnias originarias de la sierra serían los hermanos mayores- que conlleve contaminación o destrucción se considera su enemiga y es incomprensible a los ojos de este pueblo.


Mamo Juan (Foto: Carlos Taboada)
Las máximas autoridades para los Kogis son los Mamos, una suerte de guías espirituales que se relacionan con las fuerzas de la naturaleza y que guían al resto de la tribu en las cuestiones espirituales que afectan a todos los aspectos de sus vidas, realizando los pagamentos a las fuerzas naturales y sobrenaturales para mantener el equilibrio necesario en la tierra. 

Pero no cualquier individuo puede llegar a ser Mamo, sólo los elegidos, que pasarán sus primeros dieciocho años encerrados sin ver la luz del sol en una cueva en los glaciares, en lo alto de las montañas, estarán preparados para guiar y proteger a su pueblo.


Interior de una de las cuevas en que se preparan los Mamos durante años (Foto: Carlos Taboada)


Casas tradicionales de camino a Pueblito
Tuvimos la suerte de vislumbrar levemente la vida cotidiana de este pueblo, primero en Pueblito, en el Parque Nacional Tayrona, donde después de una caminata de varias horas por la selva, desemboqué en una de las plazas del pueblo, observando una escena cotidiana formada por unos treinta individuos que podría haber tenido lugar hace varios siglos, ya que los Kogis mantienen su atuendo tradicional, una larga túnica blanca de algodón, rematada en los hombres por un gorro de forma particular que cubre sus largas melenas negras mientras ellos hacen girar sin cesar sus poporos –calabazas rituales que los varones reciben en su matrimonio y no abandonarán hasta su muerte, y que aumentan constantemente su tamaño al engrosarse con la cal que utilizan para endulzar la coca y que van añadiendo lentamente mientras la hacen girar-.
En las mujeres, que se encontraban reunidas haciendo la colada en una acequia, collares de múltiples colores completan su vestimenta. 

Foto: Carlos Taboada


Poporo (Foto: Carlos Taboada)
Entre las casas -de planta circular de madera y techadas con hojas de palma-, gran cantidad de niños y niñas juegan sobre un suelo de tierra aplanado por el uso.

A la entrada del poblado, un grupo de grandes piedras sagradas, algunas de ellas con grabados antiguos, protegen la aldea, al tiempo que sirven como lugar de reunión y de pagamento para los Mamos en ocasiones especiales.

Me acerco un poco, saludo y converso brevemente con algunos de los habitantes del Pueblito, antes de que me expliquen que durante estos días ningún extranjero debe pasar por la aldea, pues hay una importante reunión de los Mamos y no deben ser molestados. 
Rápidamente me vuelvo sobre mis pasos sin sacar ni una foto. 

Un momento mágico que queda en el recuerdo.

Sahara y niño Kogi de camino a Pueblito







Parque Nacional Tayrona

Camino de entrada a Pueblito

Petroglifos tallados en las rocas sagradas a la entrada de Pueblito


Un rincón de Dumingueka (Foto: Carlos Taboada)
Tuvimos un segundo encuentro con un poblado Kogi gracias a Carlos, un lalinense afincado en Santa Marta con el que compartimos varios colegas en común. 
Resulta que Carlos participó como coproductor en una película documental sobre algunos aspectos de la vida de esta etnia de la que ellos mismos solicitaron su realización, con el objetivo de lanzar un mensaje al mundo, avisando que si los hermanos menores seguimos destruyendo la tierra, las consecuencias pueden ser terribles. 

Gracias a esta grabación y a la convivencia con ellos, Carlos es querido y respetado por muchos de los miembros del pueblo Kogi, que hoy son sus amigos, y nosotros aprovechamos su ofrecimiento para visitar Dumingueka, otro de sus poblados que nos deja impresionados. También nos pasó unas cuantas fotografías cuando perdimos las que nosotros sacamos durante la visita (una pena, pues había docenas de fotos interesantes, y algunas muy bonitas), de las que seleccionamos las que mejor podrían representar parte de lo que vimos y vivimos en el lugar.

Kogis descansando (Foto: Carlos Taboada)

Cuando llegamos a la aldea, varias familias también salían con sus
burros cargados (Foto internet: Peter van Agtmael)


Foto: Carlos Taboada
En Dumingueka casi no hay gente el día que lo visitamos, pero sólo por la arquitectura de la aldea ya merece la pena la visita, ya que docenas de cabañas de madera redondas cubiertas por un techo de hoja de palma (hay unas 60 viviendas y un par de casas ceremoniales) se distribuyen por una gran planicie de tierra pisada a orillas del río, creando una estampa de singular belleza.

La verdad es que no resultó fácil realizar esta visita, y que se pospuso en un par de ocasiones, así que nuestra estancia en Santa Marta se alargó ni más ni menos que dos semanas, en las que visitamos la Muzzería (la pizzería que nuestro amigo Carlos Taboada regenta con la ayuda de varios compañeros) casi a diario para cenar, algunas veces subvencionados (gracias por todo, Carlos); compartimos mucho tiempo con Pitu (o Luis, otro lalinense que también nos trató como si fuéramos de la familia), con quién incluso celebramos la nochebuena de manera fantástica y nos acogió alguna que otra noche en su casa; e hicimos una bonita excursión a la Finca La Gordita, un lugar que nos recomendó Sebastián de Faunal para observar al escaso tití cabeciblanco (Saguinus oedipus).

Parte del equipo de la Muzzería, con Carlos en el centro y Pitu a su derecha


Finca La Gordita. Nuestra cabaña a la izquierda y el bosque en el que viven los titís cabeciblanco


Tití cabeciblanco
Este callitríchido amenazado del que se realizaron traslocaciones desde su hábitat original de bosques secos en las cercanías de Montería, también a orillas del mar Caribe, se adaptó perfectamente a las partes bajas de la Sierra de Santa Marta y el Parque Nacional Tayrona, donde habita hoy en día formando grandes grupos familiares.

En esta finca, un remanso de paz en el que pasamos tres noches antes de regresar a la ciudad de Santa Marta y en donde disponíamos de una cabaña con cocina y hasta televisión por cable (un entretenimiento agradecido a determinadas horas del día, sobre todo por el pequeño de la casa) situada en medio del bosque y alejada de la casa principal, pudimos disfrutar a placer de los desplazamientos diarios que una tropa de estos pequeños primates realizaban en busca de alimento por los alrededores. 







Por si esto fuera poco, en la finca también existía una piscina en la que pasábamos algunas de las horas más calurosas del día jugando y refrescándonos en familia.




Sala de estar exterior, desde donde vimos los titís varias veces

Con uno de los perros de la finca


El día 28 de diciembre cogimos el segundo vuelo de este viaje, esta vez en dirección a Bogotá, donde tenemos que renovar el pasaporte de Sahara una vez más. 
En este caso elegimos el avión para desplazarnos debido a que el precio del pasaje era prácticamente el mismo que el del autobús, pero con una diferencia de 19 horas en la duración del desplazamiento (de hecho, el último día del año costaba la mitad de precio, pero nosotros teníamos algo de prisa por agilizar el trámite y así recibir cuanto antes el nuevo documento).

Más fotos:
Foto de una foto, construcción de una casa Kogi

Caminando por el P.N. Tayrona



Viendo pájaros desde la cabaña

Con un coleóptero

Con una lagartija sin identificar

Brotogeris jugularis

Pionus menstruus

Pionus menstruus

Galbula ruficauda

Refugio de Artibeus jamaicensis bajo un canal de desagüe de la carretera







Coleóptero sin identificar