Esta vez el principal protagonista fue Sahara, que disfrutó como un enano jugando con sus amigos de Yaviza y Playona
Ya cuando llegamos a Metetí, de camino al Parque Nacional Darién, nos
recibieron con emoción en el alojamiento que usamos en nuestra primera visita.
Pero en Yaviza no esperábamos una
acogida tan calurosa como la recibida.
Nuestra anfitriona en una de las pocas pensiones del
pueblo nos dejó la habitación casi a la mitad del precio que el año pasado, en
el comedor en que almorzamos se alegraron mucho de volver a vernos, y por la
calle se escuchaba el nombre de nuestro hijo allí por donde pasábamos, ya que
los niños todavía se acordaban de él.
Una casa de Yaviza
Jugando bajo la lluvia:
Así que cuando salimos de la selva
después de los días pasados en Rancho Frío, decidimos quedarnos tres días más
en este pequeño poblado.
No tenemos ninguna prisa por llegar a Ciudad de
Panamá, ya que nuestra avioneta para la frontera con Colombia no sale hasta el
día 5 de noviembre; y el alojamiento es más económico en Yaviza que allí o en
Metetí, donde por otra parte, no tenemos demasiadas cosas interesantes que
hacer.
La pandilla de nuestra calle. De izquierda a derecha:
Campesino arreglando el techo de su rancho
No podíamos haber tomado una decisión mejor.
Sahara hace una buena
pandilla en los alrededores de la pensión, y se pasa el día jugando en la
calle, lo que le viene de miedo.
Nosotros aprovechamos para descansar,
escribir, asimilar nuestras últimas experiencias y explorar un poco los
alrededores del pueblo, donde añadimos unas cuantas especies de aves nuevas a
nuestra lista y yo tengo una buena observación de águila tirana (Spizaetus tirannus), un bonito
complemento a las otras águilas empenachadas que acabamos de ver los días
pasados.
Una buena colección de parumas
Arquitectura típica de la zona
Dos hermanos jugando con un coche improvisado
El puente que conecta las dos mitades del pueblo, pasando sobre el río Chucunare
¿Nos vamos o qué?
A pesar de todo, después de la estancia en Yaviza, pasamos nuestras dos
últimas noches en Metetí para poder visitar a nuestros amigos emberá de la
comunidad de Playona antes de volver a la capital.
Una vez más y tal como esperábamos, Sahara es el que más disfruta de esa
corta excursión, en la que juega con gran cantidad de niños, muchos de los
cuales también lo recordaban de nuestra anterior visita a la aldea.
En casa de Doraida, la abuela de Belkys
Con Belkys y otras amigas en el patio del cole
Reencuentro con Yajaira, la tía de Belkys
Con Belkys
visitamos la escuela durante el recreo, donde una gran pandilla en la que se
integra nuestro cachorro pasa el rato escalando uno de los árboles del patio
mientras los miembros de la orquesta escolar ensayan para el desfile de la
independencia de dentro de unos días.
Después del colegio, vamos al río, donde los niños continúan con los
juegos, las luchas, las risas y la diversión mientras se alivian de los calores
tropicales en el agua.
Carmen también hizo algunas amigas
La vida cotidiana en el río
Con nuestro hijo pletórico, regresamos en canoa a Puerto Limón, donde
hacemos raid a una camioneta que nos lleva hasta Metetí, para pasar la noche
antes de regresar a la capital el día 1 de noviembre en un viaje de ocho horas de autobús.
Embarcadero de Yaviza visto desde el puente
¡Pronto abandonaremos América Central para internarnos en el sur del
continente, donde continuará nuestro viaje y la incansable búsqueda de fauna
salvaje en todos los ecosistemas que podamos visitar!
Desfile para la elección de reyes y reinas infantiles de cada provincia, en Metetí:
La llamada del
polluelo, que reclama la atención de sus progenitores, resuena bajo la espesura
del dosel arbóreo de la selva. Aunque todavía no le vemos, podemos escuchar una
y otra vez su melancólico chillido, con el que, probablemente, demanda algo de
alimento para saciar el hambre.
De pronto, intuimos una
enorme silueta sobrevolando el gran cuipo (Cavanillesia
platanifolia) que emerge como un faro sobre el mar de árboles que lo
rodean, y uno de los miembros de la pareja, seguramente la hembra, se posa en
una de las ramas más altas del gigante.
Es un águila harpía (Harpia harpyja), el ave rapaz más
poderosa del planeta, una de las principales protagonistas en las mitologías de
los pueblos que conviven con ella en las selvas tropicales americanas donde
habita. Es Eba k´Iba (el tigre del cielo) para los Tacana bolivianos o Cunsi
Pindo (la señora de los monos) para los A´i o Cofán ecuatorianos, por nombrar
sólo dos pueblos indígenas con los que tuve la suerte de convivir por cortos
períodos de tiempo en la gran cuenca amazónica, y con los que pude conversar
largo y tendido acerca de esta ave.
Árbol-nido
Y no es para menos.
Con su metro de alzada, sus dos metros de envergadura alar, sus hasta 9
kilogramos de peso y los 8 centímetros de su uña posterior, no tiene rival en
el medio en el que vive. Semiespecialista en el consumo de primates, no escapan
a su mortal abrazo perezosos (Bradypus
sp. y Choloepus sp.), osos
hormigueros arborícolas (Tamandua sp.),
zarigüellas (Didelphis sp.), agutís (Dasyprocta sp.) o todo tipo de aves de
mediano y gran tamaño, habiendo sido reportados incluso los restos de un margay (Leopardus wiedii) en un nido
de esta rapaz.
La madre no está
mucho tiempo posada. Lo justo para echar un vistazo a su vástago, que no deja
de piar insistentemente, y luego seguir volando hacia una percha más alejada en
un árbol vecino, donde se reúne con su consorte. La seguimos, y disfrutamos de
una observación increíble de la pareja a corta distancia antes de que alcen el
vuelo y juntos continúen su camino aéreo por encima del bosque.
Es posible que hayan
aportado alimento al pollo justo antes de nuestra llegada, lo que explicaría la
presencia de ambos padres en las cercanías del árbol-nido, así que nuestro
siguiente paso es intentar localizar al polluelo entre la maraña de lianas,
plantas trepadoras, bromelias y otras epífitas que tapizan todas y cada una de
las innumerables ramas que salen del enorme tronco sobre el que nació.
¡Ahí está!
No es
fácil, pero damos con él.
Ya no es
un pichón indefenso y cubierto de suave plumón, sino todo lo contrario. Con
varios meses de edad, pronto abandonará su árbol para comenzar a deambular por
el vecindario, aumentando poco a poco su radio de acción hasta que se aleje del
territorio paterno definitivamente con unos 30 meses de vida, la edad más avanzada
conocida para la emancipación de un ave.
Pasamos las siguientes dos horas
observando las evoluciones de la joven águila, que no hace otra cosa más que
estar de pie sobre lo que queda del nido, chillar una y otra vez -supuestamente
con mayor entusiasmo cuando ve a alguno de sus padres-, acicalarse, y desgarrar una presa
que no podemos ver y de la que se alimenta durante un buen rato.
En plena observación, con un trípode artesanal para la cámara
Sólo el par de horas que pasamos observando a esta familia de águilas y
disfrutando de ellas ya han compensado las tres invertidas en conseguir el
permiso del SENAFRONT (Servicio Nacional de Fonteras), las ocho horas pasadas
en el autobús desde la ciudad de Panamá (seis hasta Metetí, donde dormimos la
primera noche y realizamos la compra de víveres; y otras dos hasta Yaviza,
donde pasamos otra noche), las dos de espera para realizar el pago de la
entrada y el uso de instalaciones del Parque Nacional en las oficinas del ANAM
(Autoridad Nacional del Ambiente), la hora pasada remontando el río en una
piragua de motor, otra más entre baches en la parte trasera de una furgoneta todoterreno
tipo ranchera y las últimas tres horas de caminata por una pista destrozada con
el barro llegándonos a la altura de los tobillos (por no mencionar las llamadas
realizadas para contactar a nuestro guía, las necesarias visitas a los
distintos cuarteles militares de la zona para “reportarnos” o las interminables
negociaciones con los propietarios de los distintos medios de transporte,
siempre gustosos de poder sangrar económicamente al extranjero).
El equipo en pleno campo (sólo falto yo)
Mediada la tarde, decidimos continuar hasta el campamento de Rancho
Frío, lugar que nos servirá como cuartel general una vez más durante nuestra
estancia en el P. N. Darién.
Vista de parte del campamento de Rancho Frío
Dedicamos otras dos mañanas a la observación del pollo de harpía, en las
que pudimos comprobar como ya vuela con suficiente soltura y se cambia
frecuentemente de rama e incluso de árbol para observar el entorno que la
rodea, sin perder detalle de todo lo que sucede a su alrededor, aunque la mayor
parte del tiempo lo dedica al acicalamiento de su plumaje, picoteando de vez en
cuando alguna presa que seguimos sin poder distinguir y llamando en ocasiones a sus padres con
estridentes chillidos.
Vídeos en los que puede comprobarse como reducimos el temblor gracias a los trípodes rústicos que ideamos, y que no utilizamos en las primeras grabaciones:
Junto al árbol.nido
No volvimos a tener la fortuna de observar a los adultos, así que
agradecemos la buena suerte de haberlos encontrado a nuestra llegada el primer
día, cuando los disfrutamos a placer tanto en vuelo como posados, pero
solamente con el tiempo pasado en compañía del pollo, podemos quedar
satisfechos para el resto de nuestras vidas en cuanto a esta especie se refiere (claro que ya habíamos pasado una semana viviendo prácticamente bajo un nido
activo de esta emblemática rapaz en la amazonia ecuatoriana a finales de 2010,
gracias a nuestra amiga Ruth Muñíz, la organización Simbioe -Sociedad para la
Investigación y Monitoreo de la Biodiversidad Ecuatoriana- con la que trabaja, su director Paul Tufiño y el resto del equipo de la sociedad (Gabi, Andrea, Erika y Rocío), y
el Plan de Conservación del Águila Harpía en Ecuador, PCAHE, que ella misma
dirige).
Airobain en su nido
En aquella ocasión, Airobain (silvestre en idioma cofán), un polluelo de unos dos meses de edad,
ocupaba la plataforma del nido, en la que fortalecía sus músculos aleteando a
menudo sin moverse del sitio, además de reclamar constantemente, acicalarse,
dormitar y alimentarse con las presas que los adultos aportaban al nido cada
uno o dos días, momento que aprovechaban para posarse unas horas en las ramas
cercanas, observando las evoluciones de su pequeño y las de los humanos que
monitoreábamos sus actividades desde el suelo.
Tampoco podemos dejar de
recordar a Carlos “Mimi” y su familia, el biomonitor cofán con el que
compartimos aquella gran experiencia que supuso un total de tres semanas en la selva en octubre del año 2010.
Mamá de Airtobain posada en una rama del árbol-nido después de alimentarlo:
Airobain y su madre en el nido mientras los observamos:
En Ecuador recorrimos unos 180 kilómetrosen una lancha a motor por el río Aguarico durante casi ocho horas, hasta llegar a la comunidad A´i de Zábalo. Desde allí, remontamos remando el río Zabalito durante doce horas más hasta llegar al lugar en que montamos nuestro campamento, desde el que cada día remábamos cerca de una hora más para llegar al nido de harpía que monitoreábamos. Todo ello dentro de la Reserva de Producción Faunística de Cuyabeno. A continuación, algunos vídeos de nuestra inolvidable experiencia fluvial:
El resto de los días pasados en el Parque Nacional Darién tampoco tienen
desperdicio.
Nuestro otro objetivo principal, el águila crestada (Morphnus guianensis), nos lo puso un
poco más difícil.
Al igual que con la harpía, teníamos unas vagas indicaciones
de nuestros amigos de SOMASPA (Sociedad Mastozoológica Panameña) acerca de la
zona en la que podíamos observarlas; información que contábamos ampliar con la
ayuda de los guardaparques de la estación de campo, algo que resultó totalmente
imposible, pues desconocían la existencia de territorios de esta rapaz en el
área protegida.
A pesar de ello, y gracias al buen funcionamiento del equipo que
formamos con Críspulo, nuestro guía de la etnia emberá-wounam con el que
volvimos a contactar después de la positiva experiencia del año pasado y al que
ya consideramos un amigo, también conseguimos localizarlas.
Después de unas
seis largas horas de búsqueda en círculos cada vez más amplios por la selva -durante
las que detectamos un gran nido vacio en la horquilla principal de un árbol
emergente, que seguramente sea el suyo- y de bastantes paradas para intentar
escuchar los reclamos del polluelo, por fin oímos su llamada, a unos cuantos
cientos de metros en línea recta de la zona que nos habían indicado y del posible
árbol-nido localizado por nosotros.
Poco a poco fuimos cerrando el círculo,
ubicando primero el árbol y después la rama desde la que reclamaba, hasta que
lo descubrimos posado a gran altura, con el buche lleno y medio cubierto por la
vegetación que le rodeaba.
Era un pollo de edad avanzada, que debe llevar
bastante tiempo volando por el territorio paterno y al que bien podríamos no
haber localizado.
Pero ahí estaba, mirándonos tranquilamente desde su segura
atalaya y reclamando de vez en cuando, quién sabe si viendo a alguno de sus
progenitores en la distancia.
Esperando a oír de nuevo la llamada del pollo de crestada
La amenaza de lluvia no dejó que pasáramos mucho
rato en el lugar, ya que para volver a nuestro campamento debemos cruzar un
arroyo de mediano tamaño con el agua por las rodillas, que un par de horas más
tarde era un río de aguas bravas imposible de atravesar.
Desgraciadamente, sólo
pudimos observar fugazmente a uno de los adultos volando sobre el dosel un par
de días después, mientras recorríamos un sendero no muy lejano en busca de
otras aves.
Realmente, nos hubiese gustado disponer de un día más de permiso
para permanecer en el interior del Parque, poder dedicar otra jornada a esta
impresionante ave rapaz, y cumplir con creces nuestras expectativas, que por
otro lado, no se han visto defraudadas en absoluto.
Críspulo haciendo una espada de madera a Sahara
También dedicamos un día a caminar por el sendero que lleva hasta Cerro
Pirre, el camino que más frecuentamos el año pasado.
Culo de guacamayo verde
Nuestra intención era
volver a ver a los guacamayos verdes (Ara
ambigua) y a los caracaras avisperos (Daptrius=Ibicter
americanus), además de ir observando pájaros pausadamente, para llegar a
media mañana al mirador desde el que se puede contemplar una amplia visión
sobre la selva, donde las posibilidades de observar aves rapaces o grandes
psitácidas (también hay guacamayo aliverde Ara
chloroptera y varias especies de grandes loros Amazona)volando por
encima del dosel arbóreo es más alta que caminando por debajo de los árboles.
El pajareo estuvo bueno, y vimos la mitad de las más de una docena de especies
nuevas que nos proporcionó el Darién en esta visita, aunque no localizamos
ningún caracara.
También tuvimos la oportunidad de observar al miembro más grande de la familia Gekkonidae, el nocturno Thecadactylus rapicauda, que localizamos en el suelo del bosque a pesar de ser principalmente arborícola.
Críspulo nos advirtió rápidamente de que no lo cogiéramos, pues ya conoce un poco a Sahara y su costumbre de atrapar reptiles para verlos de cerca. Extrañados, preguntamos por qué y nos explica que este lagarto es venenoso y que pica con sus largas uñas y el extremo de su cola, pudiendo matar a un hombre fácilmente.
Nosotros sabemos que ningún saurio centroamericano es venenoso, así que lo capturamos para demostrárselo y se sorprende al comprobar que podemos manejarlo sin riesgo, así que reconoce que esta creencia era errónea y que siempre se puede aprender algo nuevo.
Sahara jugando en el bosque
Una vez más, Críspulo cumplió sobradamente con sus
obligaciones como guía (sobre todo teniendo en cuenta que esta tarea es algo
esporádico para él, y que solo lo ha hecho un par de veces más, la primera de ellas
con nosotros mismos el año pasado), localizando para que podamos verla, a una familia de guacamayos
verdes posados a baja altura, que no pudimos fotografiar porque un gavilán sin
identificar los espantó al atacarlos mientras los veíamos con los prismáticos.
Micrastur semitorquatus
No pudimos hacer un aguardo a las rapaces desde el mirador, ya que nada más
llegar comenzó a diluviar y, después de un tiempo prudencial de espera cobijados bajo nuestros paraguas, decidimos abortar y comenzar la bajada de
regreso.
Este sendero discurre entre lomas, y si subir resultó difícil a causa
del barro resbaladizo, descender bajo la lluvia supuso sufrir continuos
resbalones, que hicieron que algunos de nosotros nos lo pasáramos muy bien,
aunque uno de los paraguas sufrió algunos desperfectos.
La lluvia cesó más
rápido de lo que pensábamos, y pudimos seguir viendo aves, entre ellas los
guacamayos o el adulto de crestada, pero perdimos la oportunidad de hacer esos
avistamientos desde las alturas, lo que podría hacerlos más interesantes,
aunque claro, eso nunca se sabe…
Halcón de monte Micrastur semitorquatus:
También realizamos algunos recorridos nocturnos muy productivos, en los
que tuvimos encuentros cercanos con algunas de las serpientes más peligrosas de
la región, primero con una patoca (Porthidium
nasutum) que descansaba tranquilamente sobre la hojarasca, y más tarde con
la temida equis, terciopelo o barba amarilla (Bothrops asper), que cruzaba el camino exactamente en el mismo
punto en el que observamos otra un poco más grande el año pasado (a unos dos o
tres metros nada más).
Esta vez el encuentro fue algo más tenso, ya que la
primera reacción del ofidio al acercarnos fue de rápido ataque, con un
desplazamiento en nuestra dirección acompañado de un movimiento con la cabeza
en alto y la boca abierta, preparada para morder e inyectar su mortífero veneno
a quien se acercara más de la cuenta.
Poco a poco se tranquilizó y su siguiente
movimiento fue de huída, terminando de cruzar el camino e introduciéndose en el
agua del río, seguida por el grupo de naturalistas que no dejábamos de retratarla
con nuestras cámaras (este día nos acompañaban un par de biólogos panameños que
formaban parte de un grupo más grande del que hablaré un poco más abajo) hasta
que consideramos que llegaba el momento de dejarla seguir su camino en paz y
nos retiramos.
Viendo la pequeña patoca en el suelo a la mañana siguiente
Fue una buena excursión en cuanto a culebras se refiere, pues la
mañana siguiente observamos otra de las serpientes mortales que pueblan la
región, una coral (Micrurus sp.,
probablemente M. nigrocinctus) que
cruzó velozmente a nuestro lado mientras espiábamos al pollo de águila harpía, aunque sólo pudimos hacer una foto de mala calidad cuando ya estaba escondiéndose entre las raíces de una palmera.
Precisamente
hace un par de semanas conocimos a dos personas recientemente mordidas por la
terciopelo.
El hijo de Fanny Lu, la dueña del alojamiento en Puerto Jiménez, fue
atacado un mes antes de nuestra llegada al pisar inconscientemente un ejemplar
que descansaba entre la hierba. Todavía podía introducirse la punta del dedo
meñique en el agujero que el veneno inyectado por un colmillo produjo en su
pierna izquierda.
El otro accidente, muy similar al anterior, sucedió cuando un
guarda del Parque Nacional Corcovado pisó otro individuo a la entrada del
campamento, un par de meses antes de que nosotros visitáramos la zona. En este
caso, todavía tenía el tobillo derecho hinchado y ennegrecido a causa del
veneno.
Críspulo, nuestro guía, también recibió un mordisco en un dedo del pie
el año pasado por parte de una patoca, poco antes de ver otra con nosotros la
primera vez que hizo de guía, tal y como contamos en nuestra primera entrada
sobre el Parque Nacional Darién.
Didelphis marsupialis
Otras observaciones efectuadas a la noche incluyeron a los monos
nocturnos (Aotus lemurinus),
zarigüeyas (Didelphis marsupialis),
conejos (Sylvilagus dicei) y
distintas especies de pequeños roedores y de anfibios.
Ratoncillo abundante en las cercanías del campamento, difícil de identificar,
probablemente el endémico Isthmomys pirrensis
Craugastor sp.
Rana toro (Leptodactylus savagei)
Craugastor sp.
Bufonidae
Bufonidae
Bufonidae
Lithobates vaillanti
Además, uno de los biólogos panameños tenía una linterna de luz
ultravioleta, con la que el exoesqueleto de los escorpiones brilla con un color
amarillo fosforito que alumbra en la oscuridad debido a una proteína que contiene, algo que no sabíamos.
Este fenómeno permitió que en pocos
minutos de búsqueda localizáramos una docena de ejemplares pertenecientes a
distintas especies, tanto inofensivas (género Centruroides) como altamente venenosas
(Tytius sp.).
Centruroides sp., visto con luz ultravioleta a la izquierda y con luz normal a la derecha
La parte negativa de la experiencia estuvo marcada por dos
acontecimientos totalmente diferentes entre sí.
Lepidothrix coronata, colgado de la red
El primero tuvo que ver con el grupo de cinco jóvenes biólogos panameños
pertenecientes al Smithsonian Tropical Research Institute, cuya misión
consistía en colectar aves para la colección de dicha institución.
Y colectar
significa montar 22 redes en el campo durante casi 12 horas diarias tres de los
cuatro días de nuestra estancia, ya que permanecieron allí el mismo tiempo que
nosotros.
Entre las aves capturadas, las especies deseadas fueron sacrificadas
y congeladas para su posterior preparación.
La justificación de semejante
metodología arcaica en pleno siglo XXI es la de ampliar una colección de pieles
de referencia y la de crear un banco de órganos en el que poder recoger
muestras genéticas para posibles futuros estudios sin tener que recurrir a aves
en el campo durante los mismos, pero personalmente creo que, gracias a los
avances tecnológicos en todos los campos, ese tipo de colecciones ya no tiene
tanto sentido como en épocas pasadas. Y más si tenemos en cuenta que una de las
especies que buscaban con mayor empeño, un pequeño papamoscas (Mionectes oleagineus) del que colectarían
todos los ejemplares capturados, era para la tesis de grado de uno de ellos,
consistente en comparar medidas biométricas en las distintas poblaciones del
ave en Panamá, algo para lo que no es necesario acabar con el sujeto de estudio
(afortunadamente, del resto de especies “sólo” colectaban dos ejemplares, y
sólo en el caso de que no existieran previamente en la colección; y las aves
protegidas no pueden colectarse).
Dendrocincla homochroa, felizmente liberado
No eran mala gente, e incluso salimos juntos a buscar fauna por la
noche, como ya comenté, pero a nosotros nos dolieron todos y cada uno de los
entre 70 y 80 pájaros que encontraron su final entre las redes de los
investigadores; por no hablar de que Sahara no consiguió entender por qué
alguien que trabaja con aves hacía algo que siempre le hemos explicado que no
está bien, y continuamente les preguntaba cuál era el motivo de semejante
comportamiento.
El pequeño saltarín también se libró y fue liberado
El segundo acontecimiento oscuro tuvo que ver con un desafortunado
descuido de Carmen.
El pequeño tití Saguinus geoffroyi, en el campamento
Resulta que compramos pescado fresco para la cena del
primer día, y nada más llegar después de las estupendas observaciones de la
familia de harpías, Carmen y Sahara se acercaron al arroyo a bañarse y limpiar
el pescado, dejando apoyados sus prismáticos en la orilla mientras tanto, por
si fuesen necesarios para controlar algún ave.
El caso es que llegó la noche y
comenzó a llover, así que al terminar, salieron corriendo hacia el campamento,
dejando la óptica olvidada a un par de metros del agua. No pasaría nada si el
nivel del río no subiera durante la noche debido a las lluvias en la cabecera,
de forma que al día siguiente, cuando Carmen necesitó usar los prismáticos,
recordó donde los había apoyado por última vez. De nada le sirvió correr, ya
que la crecida los arrastró a una poza más protegida en la que pasaron la noche
y donde, “afortunadamente”, se quedaron hundidos en el fondo.
Sus prismáticos
no son estancos, así que estaban completamente llenos de agua cuando los
recuperamos, y quizás estropeados para siempre. De momento, los vaciamos
inmediatamente y los ponemos a secar al sol, con la esperanza de que se vayan
desempañando y vuelvan a cumplir su función como antes. ¡Ojalá!
El día de nuestra partida, 27 de octubre, tras cuatro noches en el
interior del Parque Nacional, hacemos una última parada bajo el nido de harpía,
donde en un primer momento no conseguimos localizar a ningún ejemplar.
Recorremos el lugar, intentando divisar al menos al joven desde alguno de los
puntos de observación que utilizamos los otros días, pero sin éxito.
Creyendo
que ya no podremos despedirnos de ella, me acerco con Críspulo hasta el árbol
en el que vimos posados a los adultos, a ver si allí tenemos más suerte, pero tampoco.
Entonces, un silbido de Carmen nos avisa de que está viendo algo y, al llegar,
nos espera el pollo en una rama a baja altura, más cerca que nunca. Acaba de
llegar volando desde un árbol cercano, y todavía vuela a otro para enseñarnos
que ya es un águila hecha y derecha que muy pronto no será tan fácil de localizar
en la zona.
Nos observa con curiosidad, y a nosotros nos cuesta bastante irnos
dejándolo allí posado, tan cercano y tan accesible, sin saber cuándo podremos
volver a disfrutar con la observación de una familia de las águilas más
poderosas de la Tierra, o siquiera si volveremos a verlas alguna vez.
Pero aun queda mucho camino por delante, y debemos darnos prisa si queremos
llegar a tiempo para agarrar la furgoneta todoterreno que nos llevará hasta El
Real y luego una piragua que nos lleve desde allí a Yaviza, algo que, como
comprobamos al llegar, no siempre es tan fácil, y estuvimos a punto de tener
que quedarnos a dormir acampados en casa de Críspulo hasta el día siguiente, 28 de octubre de 2013.
Árbol de la selva
Huella de ocelote (Leopardus pardalis)
La rara garza Philerodius pileatus
Pequeño vídeo del camino de Yaviza en "transporte público" al salir del Parque Nacional, donde podemos ver el nivel de conciencia ecológica de los pobladores de la zona:
Para recordar nuestra primera visita al Parque Nacional Darién, seguid este enlace: