viernes, 21 de febrero de 2014

PARQUE NACIONAL TORTUGUERO. EL RETO DE SEGUIR VIAJANDO DE FORMA INDEPENDIENTE, RESPONSABLE Y ECONÓMICA


Alguna fauna observada en el Parque Nacional Tortuguero. Tortuga verde (Chelonia mydas), perezoso de tres dedos (Bradypus variegatus), iguana verde (Iguana iguana) y caimán de anteojos (Caiman crocodilus

Faltan algunos minutos para las cinco de la madrugada y la luz solar comienza a iluminar tímidamente la mañana a orillas del Mar Caribe, en el noreste de Costa Rica. Eli y yo caminamos por la playa con la esperanza de ver alguna de las últimas tortugas verdes que esta noche han depositado sus huevos bajo las arenas del Parque Nacional Tortuguero, mientras Carmen descansa en nuestra cabaña en compañía de Sahara, aquejada por fuertes fiebres, malestar estomacal y dolores de cabeza y articulares desde hace un par de días.

Toda la playa está repleta de rastros de tortugas


El suelo está totalmente tapizado con los rastros de las docenas de tortugas que salieron a desovar hoy, y algo más de un kilómetro más adelante, un quelonio de gran tamaño termina de tapar el agujero en el que realizó su valiosa puesta.
Trabajosamente, abandona el inmenso boquete en cuya elaboración invirtió tanto esfuerzo y se dirige al océano, su verdadero medio. Camina despacio, metro a metro, arrastrando su corpulencia con cada nuevo impulso, acercándose poco a poco a su hogar, el mar abierto. 
Tras ella queda el fruto de su empresa, un centenar de huevos de los que surgirá una nueva generación de reptiles marinos, siempre y cuando sobrevivan a la multitud de peligros que les esperan durante las primeras etapas de su vida.






De hecho, pocos cientos de metros más tarde, espantamos a un perro que encontramos alimentándose de los huevos que acaba de desenterrar en un nido un poco más antiguo.
Desgraciadamente la incubación no ha llegado a su término y los huevos que no han sido devorados ya despiden un ligero olor a podrido, calentados por el sol de la mañana, que a esta hora ya cae pesadamente sobre nuestras cabezas.


Rastros de tortugas. Arriba: huellas de la subida y bajada de hembras durante la noche; boquetes dejados por estas tras la puesta; nido excavado y predado, seguramente por perros. Abajo: Rastro de subida (izda) y regreso (dcha) de una hembra, la punta de las aletas siempre se dirige en la dirección en que viene la tortuga; pequeñas huellas de neonatos, surgiendo de su nido; y rastros de las pequeñas tortuguitas dirigiéndose al mar.




Seguimos caminando, y ya estamos a unos cinco kilómetros de las cabañas donde nos alojamos, cuando descubrimos un tipo diferente de huella en la arena. 

Es el rastro de dos jaguares (Panthera onca), uno de mayor tamaño que el otro (probablemente una hembra y un cachorro grande), que han recorrido este tramo de playa no hace mucho rato.




Rastro fresco de jaguar, sobre la huella reciente de una tortuga
Sigo su camino durante un buen trecho y compruebo como la marea todavía no ha borrado las señales que dejaron durante su paseo por la arena húmeda. 
Emocionado, busco por la zona los restos de alguna presa, pues esta población de felinos litorales aprovecha el recurso estacional que les proporciona la temporada de reproducción de las tortugas marinas, especializándose en su predación y consumo, habiendo sido encontradas 180 de ellas consumidas en lo que va de temporada.
No encuentro nada fresco, aunque estos días vimos varias carcasas devoradas y abandonadas en el pasado, tanto en la propia playa como en el sendero que discurre entre la selva, paralelo a esta.



Este hallazgo será la razón por la que volveré día tras día a esta zona de la playa en busca de más indicios de la presencia de los grandes gatos, siempre soñando con un encuentro cara a cara que no llegará.

De vuelta nos encontramos con un grupo de zopilotes negros (Coragyps atratus) congregados en torno a uno de los numerosos agujeros que cubren prácticamente cada centímetro del arenal, agachándose y escarbando con sus picos en la arena seca de tanto en tanto. 

Caparazones de jóvenes tortugas devoradas por cangrejos,
su otro gran predador en su camino hacia el mar
Nos acercamos rápidamente y confirmamos nuestras sospechas, pues vemos como uno de ellos se aleja saltando con una pequeña tortuga recién nacida en el pico, perseguido por varios congéneres que le disputan su presa. 
Alejamos a estos carroñeros oportunistas y escoltamos a la nueva generación hasta la relativa seguridad del mar, siempre con la duda acerca de si deberíamos intervenir en este tipo de situaciones, teóricamente de predación natural (¿qué haríamos si estos zopilotes estuvieran seriamente amenazados? ¿se pueden considerar naturales la densidad alcanzada por estas aves carroñeras gracias a las fuentes de alimentación artificiales y sus consecuencias sobre la población de tortugas? ¿y la disminución de la mayoría de sus predadores acuáticos? ¿quizá podemos compensar de alguna manera la predación sufrida por parte de los perros domésticos? ¿realmente afectamos en algo a la selección natural, altamente influenciada por eventos esencialmente azarosos como puede ser nuestra intervención, el desequilibrio en la población de determinados predadores o el hecho de producirse la eclosión a una hora determinada?). 

Zopilotes aprovechando un cadáver de tortuga


Eli acercando neonatos al mar
El caso es que nuestra naturaleza nos incita a ayudar al más débil, y disfrutamos viendo como esos frágiles seres desaparecen tragados por las olas, que los arrastran hacia un mundo en el que todavía les esperan infinidad de peligros y donde cuesta creer que puedan salir adelante por sus propios medios.
Sumidos en estos pensamientos, continuamos nuestro camino de regreso a casa, parando tan solo para abrir unos cuantos cocos y llenar una botella con su agua, un líquido altamente hidratante que Carmen utilizará a modo de suero para combatir los efectos de la fiebre, causada probablemente por la enfermedad del dengue.

Cada día abro unos cuantos cocos, cuya agua Carmen utiliza a modo de suero

El Parque Nacional Tortuguero es uno de los lugares más visitados por el turismo en Costa Rica, con entre un par de cientos de miles y un millón de visitantes anuales, según la fuente consultada. No en vano es una de las “joyas de la corona” de su sistema de espacios protegidos, junto con Corcovado y Manuel Antonio, también protegidos con la figura de Parque Nacional.

Creado como santuario para la población de tortugas verdes que nidifican aquí a partir del año 1975, su pretensión inicial fue la de contrarrestar los efectos derivados de la continuada explotación de esta población durante los dos últimos siglos, cuando los reptiles marinos se capturaban por centenares, primero para abastecer de carne a los barcos mercantes que pasaban por la zona, y luego para satisfacer la demanda de ciertos mercados europeos, en los que la sopa de tortuga se puso de moda durante el siglo XIX. 
En la primera mitad del siglo XX, la presión se intensificó hasta el punto de que cada milla de playa era controlada por un vigilante, que daba la vuelta a cada uno de los reptiles que salían a desovar y ataba un peso a una de sus patas hasta que el bote tortuguero pasaba a recogerlas. 
Estas bárbaras costumbres cesaron en los años sesenta, cuando se promulgaron leyes que protegieron a los quelonios, aunque hoy en día siguen existiendo los denominados “hueveros”, que siguen saqueando nidos de la especie de forma furtiva.  

La playa está repleta de agujeros realizados por las tortugas

A pesar de todo, nuestra percepción de la gestión de este espacio protegido, fue más la de un negocio floreciente que la de un lugar con prioridades en la conservación de esta especie marina. 
Los beneficios económicos derivados del pago de la entrada por parte de la gran cantidad de visitantes, no se ven traducidos en acciones concretas de conservación. 

Un perro campando a sus anchas
De hecho, fuimos testigos de cómo los perros incontrolados desenterraban y se alimentaban de los preciosos huevos de tortuga sin que nadie ejerciera ningún tipo de control sobre ellos. 
La vigilancia nocturna es efectuada por voluntarios de una entidad conservacionista STC (Sea Turtle Conservation) que nada tiene que ver con la administración del espacio protegido, y consiste básicamente en controlar que los turistas no accedan a la playa sin guía, única manera permitida de hacerlo. Mientras, solamente un puñado de guardas que se pueden contar con los dedos de la mano, se encargan de cobrar la entrada al espacio protegido. 
Aunque es evidente que hoy en día las tortugas marinas están mucho más protegidas que en el pasado en esta reserva (en lo que va de temporada, se han contabilizado más de 16.500 nidos en las cinco millas de playa controladas por la asociación STC), también lo es que la inversión económica realizada para mantener esta protección, no está directamente relacionada con los ingresos que el turismo de avistamiento de estos reptiles proporciona al parque.

Nada más nacer, las pequeñas tortugas se dirigen al mar




 En un principio, nosotros no pensábamos ver el desove de las tortugas, pues no nos seducía en absoluto la experiencia enlatada ofrecida por los guías autorizados, que te acompañan hasta la playa, localizan una tortuga mientras esperas y luego dejan que observes un rato como realiza la puesta o como regresa al mar, repitiendo esta maniobra con otra hasta que observas el proceso completo.

Aunque creemos que esta forma de realizar la visita a las playas de puesta es la más adecuada en lugares masificados como Tortuguero, donde un turismo descontrolado sería contraproducente para la reproducción de las tortugas debido a las molestias provocadas a las mismas en su camino desde el mar a la playa o durante la excavación del nido -desgraciadamente fuimos testigos de cómo algunos ejemplares se daban la vuelta sin poner después de ser iluminados por turistas desinformados que caminaban por la playa de noche-, a nosotros no nos apetecía pagar la cantidad requerida (algo alta para nuestro presupuesto diario) por una experiencia mucho menos enriquecedora que las que ya habíamos vivido en Panamá o Nicaragua con las tortugas laúdes (Dermochelys coriacea) y oliváceas (Lepidochelys olivacea), respectivamente (para ver las entradas relacionadas con tortugas en este blog,  mirad los siguientes enlaces:

Rastros frescos de la noche a primera hora de la mañana


En nuestro caso fue la suerte la que hizo que finalmente observáramos el proceso de puesta en varias ocasiones durante los siete días que pasamos en este Parque Nacional.

El caso es que escogimos un alojamiento a pie de playa, muy tranquilo, con un gran campo de hierba en el que jugar, hamacas en las que relajarse y una pequeña piscina en la que bañarnos con Sahara. 

Durante nuestra primera noche en el lugar, nos instalamos en el borde de la playa, bajo los cocoteros, donde podríamos disfrutar de la noche, de la luna y del sonido del mar sin molestar a las tortugas ni incumplir la prohibición de caminar por la arena de noche. 






En la entrada de nuestra habitación, después de abrir un coco




La sorpresa llegó con un gran ejemplar de tortuga verde, que decidió excavar su nido a escasos tres metros de donde nos encontrábamos y, cómo no, disfrutamos del espectáculo de principio a fin, es decir, desde que salió del agua hasta que se perdió entre las olas, lo cual duró aproximadamente hora y media. 
Esto se repitió en dos o tres ocasiones en los días siguientes, así que tuvimos suficientes oportunidades de observar a los quelonios y de seguir las evoluciones de estos fósiles vivientes en su vida privada.

Además, volviendo de alguna de mis excursiones crepusculares en busca de jaguares, la noche me alcanzó en la playa, donde pude ver varios ejemplares saliendo del agua, a los que no importuné con mi presencia y esquivé en la medida de lo posible, de forma que en la mayoría de las ocasiones no se percataron de que estaba allí (otras veces fue al revés, y en un par de ocasiones me topé con ellas repentinamente sin poder hacer nada, y en una de ellas, la tortuga se dio la vuelta y desandó el par de metros que la separaban del mar, al que retornó inmediatamente). 

Tlacuache de cuatro ojos
Fue en estas ocasiones cuando quebranté la prohibición de transitar por el parque durante la noche y regresé a la casa caminando por el sendero que discurre paralelo a la playa iluminado por mi linterna, siempre con la esperanza de ver uno de los grandes gatos que se mueven por la zona, pero la suerte no estuvo conmigo y solo conseguí ver una zarigüella o tlacuache de cuatro ojos (Philander oposum) y algunas arañas. 
Creo que con esto no afecté lo más mínimo a la conservación de este ecosistema ni de sus habitantes animales, por no decir que aunque me viera alguien, cosa que no sucedió, dudo mucho que se animara a internarse de noche por los senderos que patrullan los jaguares, así que tampoco creo haber sido un mal ejemplo para el resto de visitantes del parque.

Algunas arañas de Tortuguero

Rana toro (Leptodactylus savagei)


También pudimos ver varias veces el nacimiento de pequeñas tortuguitas por la mañana, e incluso hacer que Sahara salvara algunas de morir entre los picos de zopilotes y quíscalos (Quiscalus mexicanos), con lo que volvió a asumir su papel de guardián de las tortugas. 
En una ocasión, el nacimiento tuvo lugar de noche en un nido situado casi en la puerta de nuestra habitación, y los recién nacidos equivocaron su camino y se internaron en el campo de hierba que rodea las edificaciones del hotel, atraídos por el alumbrado de este -las luces desorientan a las pequeñas tortugas en su viaje hacia el mar, ya que su resplandor es uno de los indicadores que las encaminan al que será su hogar por el resto de sus días-, así que nos dedicamos a buscarlos y recogerlos junto a otros huéspedes, para devolverlos a la playa y ayudarles a encontrar su camino.





Llegamos a Tortuguero el día 20 de septiembre desde Cariari, a donde nos llevó un autobús el día anterior, después de un largo viaje desde La Fortuna pasando por San José, que duró todo el día. 
La llegada al pueblo que comparte nombre con el Parque Nacional se hace en lancha, a través de los canales que se crearon a finales de los años 70 para facilitar la comunicación del pueblo con el exterior, ya que el transporte por mar era complicado y peligroso. De hecho, este camino es uno de los reclamos turísticos de la zona, ya que teóricamente pueden observarse gran cantidad de monos y caimanes durante el trayecto, cosa que en nuestro caso no sucedió. 




Después de instalarnos en nuestro alojamiento, exploramos el pueblo y las opciones que nos ofrece para aprovechar la estancia al máximo, aunque la mayoría de actividades nos parecen demasiado orientadas al turismo convencional, así que decidimos contratar una piragua para irnos a remar por los canales al día siguiente por nuestra cuenta. 
Así que el día 21 madrugamos exageradamente para estar poco más tarde de las 6 a.m. pagando la entrada del parque y dirigiéndonos a los canales más remotos accesibles para nosotros. 
Recorremos parte del río Tortuguero y los caños Mora y Chiquero en su totalidad, remando unos 13-14 kilómetros esa mañana. Esta vez los canales son más productivos, y vemos las tres especies de monos (aullador Alouatta palliata, araña Ateles geoffroyi y carablanca Cebus capucinus), tortugas negras (Rhinoclemmys funerea), iguanas verdes (Iguana iguana) y caimanes, además de varias especies de aves.










Caiman crocodilus

Caiman crocodilus



Rhinoclemmys funerea

Rhinoclemmys funerea

Mono carablanca

Después de esto, por la tarde, recorremos por primera vez el único sendero que existe para caminar en el parque, algo que repetiré yo solo prácticamente a diario, ya que será a partir de esta noche cuando Carmen empiece a encontrarse enferma. Tuvo tan mala suerte en Tortuguero que en los siguientes días se cortó la planta de un pie con un clavo y le picó una temible hormiga bala (Paraponera clavata), cuya fuerte picadura duele durante más de un día. 

No fue hasta nuestro último día en el parque cuando el probable dengue de Carmen remitió y por fin pudo salir a caminar, localizando las huellas de los dos jaguares, que la guiaron hasta un cadáver fresco de tortuga donde sería posible intentar verlos alimentándose. Pero esa tarde empezó una fuerte lluvia que no dejó que lo intentáramos ese día ni la mañana siguiente, así que perdimos nuestra oportunidad, que para ser sinceros, no dejaba de ser una remota posibilidad.  



Sahara, por su parte, hizo una buena pandilla de amigos en el parque del pueblo, que estaba relativamente cerca de nuestra casa, y a donde podía ir y volver solo todas las tardes, sin necesidad de que lo acompañáramos siempre.
Esto fue bastante bueno para él, al poder tener más independencia aquí que en la mayoría de sitios en los que paramos en nuestro viaje.




La guinda de esta aventura nos la proporcionó un perezoso de tres dedos (Bradypus variegatus) al que descubrimos un día mientras desayunábamos, caminando por el suelo bajo la lluvia en la hierba que rodeaba la gran cabaña común donde nos alojábamos. 

Esto sí fue algo que no nos esperábamos, y rápidamente nos acercamos para sacar un incontable número de fotos y videos. 
Ver caminar un perezoso es algo que no se hace todos los días, ni siquiera en los documentales, así que le acompañamos en su lenta travesía hasta que finalmente se subió en las ramas más altas de un árbol, donde decidió descansar por el resto del día. 



Los movimientos de un perezoso son lentos, como cabría esperar, muy lentos. Aunque también parecen planeados, meditados, mientras el animal observa todo lo que le rodea y alarga el brazo para alcanzarlo. 
Nosotros disfrutamos cada uno de estos bajo la lluvia, y Sahara reía continuamente en respuesta a la mueca de su boca, una sonrisa sostenida hasta cuando duerme. 
Camina un par de decenas de metros, sube a un par de palmeras, de las que tiene que bajar por falta de árboles por los que continuar su camino, hasta que finalmente encuentra un almendro (Terminalia catappa) en el que descansar tranquilo. 
Sencillamente espectacular.






Merece la pena ver como se mueve, por eso ahí van unos cuantos vídeos:











El día 27 de septiembre abandonamos Tortuguero y nos vamos a San José, la capital de Costa Rica, donde nos quedaremos un par de días para recoger las cosas que todavía teníamos en casa de Mabel desde el año pasado, y organizarnos para salir hacia nuestro siguiente destino: 
Puerto Jiménez y el Parque Nacional Corcovado.





Álbum fotográfico:











Estatua de tortuga en las calles de Tortuguero




Ayudando a salir a las últimas tortugas de un nido en nuestro jardín

Abriendo cocos




Dejando Tortuguero

Carroñeando

Cadáver en la playa

Restos de la alimentación de un jaguar

Tortuguita predada por un cangrejo en la puerta de su madriguera 

Cocos recién abiertos, machete y botella de agua de coco

Perezoso de tres dedos:





Mono carablanca

Mono araña

Ardilla (Sciurus deppei)

Águila cangrejera (Buteogallus anthracinus)

Iguana verde

Caimán de anteojos

Tortuga terrestre Rhinoclemmys annulata

Rana sin identificar de la familia Hylidae

Rastro hasta el lugar de puesta

Huellas de jaguar: