La terminal de pasajeros del aeropuerto de Albrook es poco más que un
pequeño hangar con una cinta transportadora en la que facturar nuestros
equipajes y una sala de espera en la que pasar los últimos minutos antes de la
salida de nuestro vuelo.
Cómo no, antes de embarcarnos debemos pasar por los trámites del
Servicio Nacional de Fonteras (SENAFRONT), que retiene los pasaportes de los
pasajeros durante alrededor de una hora antes de la partida.
La avioneta de doble hélice en la que recorreremos la distancia que
separa la Ciudad de Panamá de Puerto Obaldía, última localidad panameña en la
costa caribeña del Darién, tiene capacidad para unos doce pasajeros, además de
los pilotos, y está prácticamente llena.
Tomamos asiento en la parte delantera, justo detrás de la cabina, desde donde podemos ver todos los movimientos del capitán y su segundo de a bordo.
Tomamos asiento en la parte delantera, justo detrás de la cabina, desde donde podemos ver todos los movimientos del capitán y su segundo de a bordo.
El aparato se dirige despacio hasta la posición de despegue, revoluciona
al máximo los motores, se desliza por la pista a toda velocidad y se eleva suavemente
de la tierra, dejándola cada vez más abajo, más lejos.
Desde el aire contemplamos la ciudad en todo su esplendor.
Los altos rascacielos, que se ven imponentes cuando uno está a pie de calle, desde las alturas aparentan ser frágiles maquetas que forman parte de algún decorado de cine, siempre con el azul del Océano Pacífico al fondo.
Pasamos junto a una línea de zopilotes de cabeza roja (Cathartes aura), que también se dirigen al sur en su migración anual, seguida de un par de grupos más, y esta visión provoca que nuestro entusiasmo con este viaje crezca aun más.
Los altos rascacielos, que se ven imponentes cuando uno está a pie de calle, desde las alturas aparentan ser frágiles maquetas que forman parte de algún decorado de cine, siempre con el azul del Océano Pacífico al fondo.
Pasamos junto a una línea de zopilotes de cabeza roja (Cathartes aura), que también se dirigen al sur en su migración anual, seguida de un par de grupos más, y esta visión provoca que nuestro entusiasmo con este viaje crezca aun más.
Es la primera vez que volamos en una avioneta de este tamaño, y es
bastante diferente a los trayectos en los grandes aviones comerciales.
Para empezar, y después de disfrutar de la panorámica de la ciudad y del vuelo en formación de aves rapaces migratorias, pasamos a baja altura sobre los bosques de los Parques Nacionales de Soberanía y Chagres, y obtenemos una fantástica –aunque breve- visión del dosel arbóreo.
Poco más tarde son las elevaciones de la sierra de San Blas, seguidas de la selva del Darién las que regalan imágenes inolvidables a nuestras retinas.
Pero antes de que podamos asimilarlas, nos situamos sobre la costa caribeña, donde podemos distinguir algunas de las islas del archipiélago Kuna rodeadas de arrecifes coralinos.
Aquí la línea costera marca el límite entre la selva y el mar, ya que los espesos bosques darienitas llegan hasta la orilla, de forma que un colorido pez de arrecife puede estar a la sombra de un árbol típicamente forestal o la mismísima águila harpía (Harpia harpyja) podría tener su atalaya de caza a escasos metros de la rompiente.
Para empezar, y después de disfrutar de la panorámica de la ciudad y del vuelo en formación de aves rapaces migratorias, pasamos a baja altura sobre los bosques de los Parques Nacionales de Soberanía y Chagres, y obtenemos una fantástica –aunque breve- visión del dosel arbóreo.
Poco más tarde son las elevaciones de la sierra de San Blas, seguidas de la selva del Darién las que regalan imágenes inolvidables a nuestras retinas.
Pero antes de que podamos asimilarlas, nos situamos sobre la costa caribeña, donde podemos distinguir algunas de las islas del archipiélago Kuna rodeadas de arrecifes coralinos.
Aquí la línea costera marca el límite entre la selva y el mar, ya que los espesos bosques darienitas llegan hasta la orilla, de forma que un colorido pez de arrecife puede estar a la sombra de un árbol típicamente forestal o la mismísima águila harpía (Harpia harpyja) podría tener su atalaya de caza a escasos metros de la rompiente.
Lo dicho, todos los miembros de la familia disfrutamos como niños del
trayecto, y Carmen incluso divisó desde las alturas la aleta dorsal de un
cetáceo que no consiguió identificar.
Poco tiempo después del despegue, estamos aterrizando en el último
pueblo panameño, poco más que un par de calles formadas por casas de madera a
orillas de un mar Caribe que hoy aparece en calma.
Puerto Obaldía no sería mucho más que una pequeña aldea perdida en la selva si no fuera por su situación, que la convierte en la única alternativa para atravesar por tierra el famoso “tapón del Darién”.
Por tierra o, mejor dicho, por agua, ya que a partir de aquí nuestro camino continúa en la lancha que recorre la corta distancia que nos separa de Capurganá, equivalente colombiano de esa última localidad centroamericana.
Escogimos esta combinación de transportes porque nos pareció la mejor opción para superar el escollo que el tapón del Darién supone para los viajeros que recorren por tierra el continente, tras descartar la travesía en velero entre las islas del archipiélago Kuna de San Blas debido a su alto precio.
Otra forma de llegar a Colombia, aparte de los vuelos en avión comercial, es en las llamadas "lanchas rápidas", la opción más utilizada por los mochileros de bajo presupuesto, y un trayecto de más de seis horas para recorrer el tramo que nosotros sobrevolamos.
La verdad es que la opción que nosotros elegimos combinando avioneta y lancha es la más económica de todas (incluso más que hacer el recorrido completo en lancha rápida), una de las más rápidas (exceptuando el avión comercial) y con una buena dosis de aventura.
Cierto es que nos hubiera gustado pasar tres o cuatro días navegando en un velero entre las islas de los indígenas kunas, paradisíacas según quienes las visitaron alguna vez, pero lo compensamos de alguna manera con nuestra estancia en los bonitos y tranquilos pueblos de Capurganá y Sapzurro, ya en el lado colombiano.
Puerto Obaldía no sería mucho más que una pequeña aldea perdida en la selva si no fuera por su situación, que la convierte en la única alternativa para atravesar por tierra el famoso “tapón del Darién”.
Por tierra o, mejor dicho, por agua, ya que a partir de aquí nuestro camino continúa en la lancha que recorre la corta distancia que nos separa de Capurganá, equivalente colombiano de esa última localidad centroamericana.
Escogimos esta combinación de transportes porque nos pareció la mejor opción para superar el escollo que el tapón del Darién supone para los viajeros que recorren por tierra el continente, tras descartar la travesía en velero entre las islas del archipiélago Kuna de San Blas debido a su alto precio.
Otra forma de llegar a Colombia, aparte de los vuelos en avión comercial, es en las llamadas "lanchas rápidas", la opción más utilizada por los mochileros de bajo presupuesto, y un trayecto de más de seis horas para recorrer el tramo que nosotros sobrevolamos.
La verdad es que la opción que nosotros elegimos combinando avioneta y lancha es la más económica de todas (incluso más que hacer el recorrido completo en lancha rápida), una de las más rápidas (exceptuando el avión comercial) y con una buena dosis de aventura.
Cierto es que nos hubiera gustado pasar tres o cuatro días navegando en un velero entre las islas de los indígenas kunas, paradisíacas según quienes las visitaron alguna vez, pero lo compensamos de alguna manera con nuestra estancia en los bonitos y tranquilos pueblos de Capurganá y Sapzurro, ya en el lado colombiano.
Nos despedimos de América Central, donde recorrimos en mayor o menor
medida una buena parte de los ocho países que forman el istmo, para lo cual
cruzamos las fronteras que los separan en 19 ocasiones.
México, Belize, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá ya forman parte del recuerdo. Un recuerdo lleno de buenos momentos, de lugares impresionantes y de encuentros sorprendentes con la fauna de la zona.
Ahora, el 5 de noviembre de 2013, a punto de atravesar nuestra vigésima frontera administrativa (siempre preparados para solucionar sobre la marcha los requisitos que puedan surgir de la burocracia fronteriza), hacemos un somero balance de las experiencias vividas y nos preparamos para nuevas aventuras, esta vez en la parte sur del continente, donde nos esperan animales y ecosistemas que todavía no hemos encontrado en este viaje.
México, Belize, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá ya forman parte del recuerdo. Un recuerdo lleno de buenos momentos, de lugares impresionantes y de encuentros sorprendentes con la fauna de la zona.
Llegada a Capurganá, nuestro primer pueblo Colombiano |
Ahora, el 5 de noviembre de 2013, a punto de atravesar nuestra vigésima frontera administrativa (siempre preparados para solucionar sobre la marcha los requisitos que puedan surgir de la burocracia fronteriza), hacemos un somero balance de las experiencias vividas y nos preparamos para nuevas aventuras, esta vez en la parte sur del continente, donde nos esperan animales y ecosistemas que todavía no hemos encontrado en este viaje.
América del Sur, ¡allá vamos!
¡Que siga la fiesta!
ResponderEliminarHola chicos! ... conocí vuestro viaje a través de la entrevista de Roge Blasco en Radio Euskadi, que buena experiencia ese largo viaje de naturaleza, solo escribía para animaros y desearos que os vaya muy bien con todas esa fauna latinoamericana, os tendré por cerca por ahí en mi lista de blogs.
ResponderEliminarCésar Mª Aguilar
www.viajesnaturalistas.blogspot.com
Familia!!! No me puedo creer que sigáis de viaje!! Realmente estáis viviendo una gigantesca aventura y veo que no descansáis ni un momento... Me he puesto a buscar el blog, porque estaba trabajando en el proyecto con el que por fin terminaré mi carrera y éste parte de mis diarios. Y estaba trabajando y de pronto he llegado a todas las palabras que escribí durante los días que compartimos en Chacahua. He visto vuestros nombres escritos en mi diario y he recordado los tan gratos momentos bajo el intenso sol y bajo el calor de la hoguera amenizada por la guitarra de Teo en las noches. Y me pongo a dibujar para acompañar las palabras y dibujando recuerdo el barquito de papel con nuestros nombres y entonces lo dibujo también. Así que vengo aquí para ver como os trata la vida y veo que seguís disfrutando al máximo, lo que me da muchísimo gusto. Yo ahora llevo ya tres meses en España, en julio termino la carrera por fin. Estos meses pasados estuve en California, EEUU trabajando, y luego en México de nuevo y no pude evitar volver a Chacahua otra vez para despedir el año y empezar este. Quizás vuelva a México en septiembre, o no se, a algún lado donde pueda vivir con poquito y encontrar un trabajito que me da para sobrevivir. Los demás siguen bien, Emanuel está en el Caribe trabajando. Teo se quedó en México a vivir. Sofi regresó a Chile a acabar su tesis y con ella acabada está ahora en México de visita y Horacio, perdido en un pueblo de México trabajando. Todos nos acordamos mucho de vosotros y de Sahara, Emanuel a veces hasta tomó la costumbre de decir "Jooo tíooooo" como lo hacía Sahara. Yo por mi parte no os olvido y os mando un abrazo gigantesco y mis mejores deseos para que sigáis disfrutando así de bien. Os mando recuerdos de todos y muchos besos. Con infinito cariño, Andrea.
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