Volcán Tolima, en los Andes centrales colombianos |
Después de nuestra excursión por el Valle de Cocora, organizamos ropa y víveres para pasar unos días en el Parque Nacional de los Nevados, en los páramos situados por encima de los 3.500 metros sobre el nivel del mar.
La ruta que nos recomendaron empieza en la entrada al Cocora, por el mismo camino que ya recorrimos una vez, y contratamos un arriero que nos transportará la carga en caballo hasta la Estancia Primavera, nuestra primera parada para pasar la noche tras haber superado un desnivel de 1.400 metros en diecisiete kilómetros de pateada.
Día 1 (10/02/14).-
Salento-Valle de Cocora (2.390 m.s.n.m.)-Páramo de Romerales (3.800 m.s.n.m.)-Estancia
Primavera (3.680 m.s.n.m.) (17 kilómetros)
Caminando por el bosque de niebla |
Transporte de la producción lechera |
Allí nos encontramos con Alejandro, el muchacho que transportará nuestro equipaje hasta arriba, acomodamos la carga en la bestia, se monta en su caballo, y poco a poco vemos como se van alejando por el sendero, dejándonos atrás.
Nosotros paramos a desayunar poco más adelante.
Es temprano y no tenemos prisa, hay tiempo de sobra.
Después del desayuno, no muchos cientos de metros más adelante, descubrimos un mirlo acuático (Cinclus leucocephalus), que se sumerge tranquilamente en busca de los pequeños invertebrados de que se alimenta.
En esta primera parte de la ruta, en la que atravesamos el río más de media docena de veces, encontramos varios ejemplares más de este simpático habitante de los fríos torrentes andinos y aprovechamos la ocasión para disfrutarlos sin prisas.
Cinclus leucocephalus:
También localizamos una pareja de patos de torrente (Merganetta armata), aquellos que tanto nos costó observar en los gélidos arroyos patagónicos hace unos años.
Despacio, arrastrándome por la orilla seguido de nuestro impaciente cachorro, consigo acercarme lo suficiente a la hembra, que se acicala pausadamente sobre una roca en el centro de la corriente, y la inmortalizo ante la atenta mirada de Sahara, impresionado al estar tan solo a un par de metros de nuestro modelo.
Atlapetes pallidinucha |
Geranoaetus melanoleucos |
Al poco de llegar al Páramo de Romerales y a la altitud máxima de la etapa, ya casi atardeciendo, nos envuelve una espesa niebla que apenas permite que veamos unos pocos metros a nuestro alrededor, y nos asaltan las dudas sobre si estamos en el camino correcto cuando la vía se convierte en una mínima senda casi imperceptible.
Nervios, pues la tienda, los sacos, la comida y la mayor parte de nuestra ropa ya están en la Estancia, y no estamos bien preparados para pasar la noche perdidos en este páramo de altura, casi a 4.000 metros y con vistas a una noche muy dura y muy fría.
Afortunadamente, la niebla se disipa un poco, la fina llovizna que comenzaba a caer deja de hacerlo, no es tan tarde como parece, y pronto volvemos a estar en el buen camino.
Descendemos y al rato divisamos la Estancia en un idílico lugar con vistas al Nevado de Tolima y a la estepa de altura que lo rodea.
Aprovechamos las últimas luces del día antes de bajar, y hacemos una espera corta por si suena la flauta, este no parece mal sitio para el puma (Puma concolor), el lobo de páramo (Lycalopex culpaeus) o el oso de anteojos (Tremarctos ornatus).
Más tarde los pobladores nos informarán de que nunca tuvieron noticias ni avistamientos de los osos ni de los pumas, aunque estos últimos dejan sus huellas marcadas en el polvo de los caminos de cuando en cuando.
Montamos la tienda en
el patio trasero de la casa, cenamos algo y nos acostamos, dispuestos a pasar
una noche fresca pero reparadora, después de las diez horas de caminata de la
jornada.
Día 2 (11/02/14).-
Estancia Primavera (3.680 m.s.n.m.)-Laguna del Encanto (3.880 m.s.n.m.)-Estancia
Primavera (3.680 m.s.n.m.) (13 km)
Laguna del Encanto |
Después del desayuno
y de una pequeña espera, que hacemos sin muchas esperanzas tras las pesimistas
informaciones de los lugareños, salimos a hacer una corta excursión hasta la
Laguna del Encanto, a medio camino de las Termales de Cañón, nuestro objetivo para
dentro de unos días.
La idea es aclimatarnos un poco mejor a esta altitud, así que recorremos sin prisa los seis o siete kilómetros que nos separan del pequeño lago andino.
Comemos apresuradamente a la orilla del agua, casi congelados por unas fuertes rachas de viento provenientes del glaciar que, a estas altitudes, sitúan nuestra sensación térmica varios grados bajo cero, así que emprendemos el regreso nada más terminar de almorzar.
Caminando nos calentamos rápido, y no tardamos demasiado en estar de vuelta en la Estancia Primavera, que de repente está repleta de turistas de distintas nacionalidades, algunos de los cuales atacarán esta noche la cumbre del nevado Tolima con Germán, uno de los dueños de la Estancia.
A nosotros no nos seduce demasiado la idea, al menos con los precios que maneja nuestro anfitrión, que se salen ampliamente de nuestro presupuesto.
La idea es aclimatarnos un poco mejor a esta altitud, así que recorremos sin prisa los seis o siete kilómetros que nos separan del pequeño lago andino.
Comemos apresuradamente a la orilla del agua, casi congelados por unas fuertes rachas de viento provenientes del glaciar que, a estas altitudes, sitúan nuestra sensación térmica varios grados bajo cero, así que emprendemos el regreso nada más terminar de almorzar.
Caminando nos calentamos rápido, y no tardamos demasiado en estar de vuelta en la Estancia Primavera, que de repente está repleta de turistas de distintas nacionalidades, algunos de los cuales atacarán esta noche la cumbre del nevado Tolima con Germán, uno de los dueños de la Estancia.
A nosotros no nos seduce demasiado la idea, al menos con los precios que maneja nuestro anfitrión, que se salen ampliamente de nuestro presupuesto.
Hacemos la espera de
rigor antes de que se haga de noche mientras aguardamos a que la casa se
despeje un poco para poder cocinar nuestra cena e irnos a dormir.
Buscamos la posible fauna andina desde el propio camino, sin ni siquiera camuflarnos mucho |
Día 3 (12/02/14).- Estancia Primavera (3.680 m.s.n.m.)-Estancia Japón (3.700 m.s.n.m.)-Valle de Coca (3-5 km)
Estancia Japón, la casa de Don Humberto |
Don Humberto.
Don Humberto tenía mil historias que contar.
En su sencilla morada, entre cuatro paredes de barro ennegrecidas por el humo de mil fogatas, escuchábamos ensimismados las anécdotas que este vaquero del páramo relataba con pasión.
Acompañados siempre
por un humeante vaso de infusión, vivimos con él en las profundidades de la
selva amazónica, donde pasó doce años de su vida cazando y pescando; recogimos
esmeraldas a manos llenas y nos enriquecimos para que, acto seguido, una vida
de excesos y derroche nos sumiera de nuevo en la ruina, y así comenzar el ciclo
de nuevo; a su lado acogimos a perdidas patrullas de la guerrilla, pues en
lugares tan duros y alejados de todo como este páramo, donde la necesidad de
abrigo, de alimento, de compañía, son imperativas, a nadie se le puede negar el
calor de un fuego, un café caliente, un poco de conversación; tras ellos, a
veces, también llegaban hasta aquí las otras patrullas, las del ejército, y con
él las atendimos, ofreciéndoles la misma hoguera, el mismo café, la misma
plática que a sus adversarios, pues eran tiempos en los que pronunciarse a
favor de cualquiera de los bandos, significaba enemistarse con el otro, con
funestas consecuencias para uno mismo.
Juntos revivimos aquel martillazo mal dado, que le quebró el dedo medio de la mano derecha, dejándoselo torcido de por vida, justo al lado de ese índice que la mordedura de una víbora le deformó en la amazonia aquel día de tan mala suerte, y así hasta que tan solo le quedaron seis dedos sanos entre las dos manos.
Hombre de gran corazón, después de tantas vueltas la vida le había traído otra vez a donde todo comenzó para él, pues en las faldas del volcán Tolima vio la luz por primera vez y, si todo sale bien, el páramo que lo rodea será su última visión en esta vida, dentro de muchos años, cuando todo termine.
Juntos revivimos aquel martillazo mal dado, que le quebró el dedo medio de la mano derecha, dejándoselo torcido de por vida, justo al lado de ese índice que la mordedura de una víbora le deformó en la amazonia aquel día de tan mala suerte, y así hasta que tan solo le quedaron seis dedos sanos entre las dos manos.
Hombre de gran corazón, después de tantas vueltas la vida le había traído otra vez a donde todo comenzó para él, pues en las faldas del volcán Tolima vio la luz por primera vez y, si todo sale bien, el páramo que lo rodea será su última visión en esta vida, dentro de muchos años, cuando todo termine.
A Don Humberto lo
conocimos de manera fortuita, cuando nos cruzamos en uno de los senderos que
atraviesan el páramo, conectando a sus escasos habitantes mediante una red de
estrechas veredas que discurren entre turberas y frailejones (Espeletia sp.).
Nosotros volvíamos de la caminata a la Laguna del Encanto, y él venía de su casa, y se dirigía a hacer una visita vecinal, montado en su caballo y acompañado por los cuatro perros que vivían con él.
Charlamos unos minutos y directamente nos invitó a pasar un par de noches en su morada.
Esa misma mañana le habíamos visto desde lejos, enlazando terneros a caballo cerca de su casa, una vieja construcción de paredes de barro y techo de paja que nos llamó la atención desde el primer momento, completamente integrada en el entorno que la rodeaba.
Así que aceptamos sin pensárnoslo dos veces, intrigados por el personaje.
No nos arrepentimos.
Nosotros volvíamos de la caminata a la Laguna del Encanto, y él venía de su casa, y se dirigía a hacer una visita vecinal, montado en su caballo y acompañado por los cuatro perros que vivían con él.
En el caballo de Don Humberto |
Charlamos unos minutos y directamente nos invitó a pasar un par de noches en su morada.
Esa misma mañana le habíamos visto desde lejos, enlazando terneros a caballo cerca de su casa, una vieja construcción de paredes de barro y techo de paja que nos llamó la atención desde el primer momento, completamente integrada en el entorno que la rodeaba.
Don Humberto con sus vacas, la primera vez que lo vimos |
Así que aceptamos sin pensárnoslo dos veces, intrigados por el personaje.
No nos arrepentimos.
Por la mañana, antes de salir |
Ayudando a herrar un caballo |
Salimos hacia su casa
sin prisas, a media mañana, y una vez más nos lo cruzamos en el páramo, cuando iba
en busca de cobertura para realizar una llamada, siempre montado en alguno de
los caballos que le ayudan en sus tareas diarias.
Al poco, tratando de seguir sus indicaciones, perdimos el camino y acabamos empantanados en una turbera encharcada, con el agua por los tobillos e intentando llegar a la casa –que veíamos no muy lejos- de la forma más directa posible, ya que estábamos rodeados de agua helada por todas partes.
Tardamos en llegar bastante más de lo que deberíamos, aunque también nos divertimos mucho más con esta aventura inesperada; acomodamos nuestras cosas y esperamos a nuestro anfitrión, que comparte con nosotros unos vasos de leche fresca antes de que salgamos hacia el Valle del Coca, situado detrás de la casa y con muy buena pinta como refugio para pumas u otros bichos, ya que en el interior de este pequeño y tranquilo barranco se resguarda un pequeño bosquete de árboles de siete cueros (Polylepis sp.) rodeados de grandes piedras, el lugar perfecto para una guarida.
Recorremos el valle de cabo a rabo, pero no encontramos siquiera un rastro que nos confirme la presencia de algún carnívoro por estos andurriales, algo que no deja de sorprendernos, pues la población humana de la zona es escasa, existe ganado además de presas silvestres (aunque no muy abundantes), y hay infinidad de rincones y recovecos en los que guarecerse. A pesar de todo eso, la presión ejercida por el hombre sobre sus competidores potenciales debe ser muy fuerte, como en casi todas las partes en que homínidos y predadores han convivido en algún momento de la historia, notándose el efecto negativo sobre los más salvajes e indefensos del conflicto.
Al poco, tratando de seguir sus indicaciones, perdimos el camino y acabamos empantanados en una turbera encharcada, con el agua por los tobillos e intentando llegar a la casa –que veíamos no muy lejos- de la forma más directa posible, ya que estábamos rodeados de agua helada por todas partes.
Alguno se dio un frío chapuzón |
Tardamos en llegar bastante más de lo que deberíamos, aunque también nos divertimos mucho más con esta aventura inesperada; acomodamos nuestras cosas y esperamos a nuestro anfitrión, que comparte con nosotros unos vasos de leche fresca antes de que salgamos hacia el Valle del Coca, situado detrás de la casa y con muy buena pinta como refugio para pumas u otros bichos, ya que en el interior de este pequeño y tranquilo barranco se resguarda un pequeño bosquete de árboles de siete cueros (Polylepis sp.) rodeados de grandes piedras, el lugar perfecto para una guarida.
Valle del Coca |
Recorremos el valle de cabo a rabo, pero no encontramos siquiera un rastro que nos confirme la presencia de algún carnívoro por estos andurriales, algo que no deja de sorprendernos, pues la población humana de la zona es escasa, existe ganado además de presas silvestres (aunque no muy abundantes), y hay infinidad de rincones y recovecos en los que guarecerse. A pesar de todo eso, la presión ejercida por el hombre sobre sus competidores potenciales debe ser muy fuerte, como en casi todas las partes en que homínidos y predadores han convivido en algún momento de la historia, notándose el efecto negativo sobre los más salvajes e indefensos del conflicto.
De todas formas, el sitio nos gustó mucho y el paseo resultó muy agradable, igual que la vuelta a la casa de Don Humberto, que nos espera con café, infusión y la cena hecha, dispuesto para que charlemos sin parar durante varias horas al calor de la lumbre antes de acostarnos.
Sahara y yo durmiendo bajo el doble techo de la tienda de campaña, en nuestro cuarto |
Don Humberto en el balcón de su casa |
El día amanece
cubierto, y la compañía de Don Humberto es muy agradable, así que decidimos
dejar para mañana la pequeña excursión que planeábamos para hoy, y nos quedamos
colaborando en las labores domésticas.
Una vez más, no nos arrepentimos de nada.
Además de cocinar y ayudar en el ordeño, las tareas incluyeron poner los becerros a mamar, ya que algunas de las vacas están alimentando a otro pequeño además del suyo, y eso significa que hay que vigilar para que el ternero más grande no desplace al pequeño y le prive de su ración, defendiéndolo llegado el caso y acomodándolo para que alcance el pezón que le corresponde.
Una vez más, no nos arrepentimos de nada.
Además de cocinar y ayudar en el ordeño, las tareas incluyeron poner los becerros a mamar, ya que algunas de las vacas están alimentando a otro pequeño además del suyo, y eso significa que hay que vigilar para que el ternero más grande no desplace al pequeño y le prive de su ración, defendiéndolo llegado el caso y acomodándolo para que alcance el pezón que le corresponde.
Después cambiamos las
herraduras a un par de caballos, algo que resultó más difícil de lo que
pensábamos, ya que a uno de ellos no le gusta la operación y no estaba nada
dispuesto a colaborar.
Nos repartimos el trabajo, y mientras yo sujetaba al “corcel” y Don Humberto procedía al cambio de herrajes, Sahara se encargaba de alcanzar las herramientas necesarias en cada momento y Carmen de inmortalizarlo todo.
Hasta ahí bien, e incluso le cambiamos un par de “zapatos” sin problemas, pero de repente todo cambió y el animal no hacía otra cosa que encabritarse, lanzar coces a diestro y siniestro y no estarse quieto bajo ningún concepto.
El resultado fue que Don Humberto recibió una coz en una rodilla y un pisotón en un pie, yo fui zarandeado más de una vez, el caballo terminó castigado mediante el pinzamiento del labio superior con una brida de cuero (que terminó rota) para que se quedara quieto, y una de las empalizadas del patio terminó destrozada, así que tuvimos que repararla al terminar.
Toda una odisea, pero cuando terminamos ambos animales lucían nuevos hierros bajo sus cascos, las crines bien recortaditas y, a pesar de todo, su dueño estaba satisfecho con el trabajo del día, muy difícil de llevar a buen término sin nuestra ayuda.
Nos repartimos el trabajo, y mientras yo sujetaba al “corcel” y Don Humberto procedía al cambio de herrajes, Sahara se encargaba de alcanzar las herramientas necesarias en cada momento y Carmen de inmortalizarlo todo.
Hasta ahí bien, e incluso le cambiamos un par de “zapatos” sin problemas, pero de repente todo cambió y el animal no hacía otra cosa que encabritarse, lanzar coces a diestro y siniestro y no estarse quieto bajo ningún concepto.
El resultado fue que Don Humberto recibió una coz en una rodilla y un pisotón en un pie, yo fui zarandeado más de una vez, el caballo terminó castigado mediante el pinzamiento del labio superior con una brida de cuero (que terminó rota) para que se quedara quieto, y una de las empalizadas del patio terminó destrozada, así que tuvimos que repararla al terminar.
Toda una odisea, pero cuando terminamos ambos animales lucían nuevos hierros bajo sus cascos, las crines bien recortaditas y, a pesar de todo, su dueño estaba satisfecho con el trabajo del día, muy difícil de llevar a buen término sin nuestra ayuda.
Sahara se fue con Don Humberto a mover de sitio un rebaño de vacas:
Recogiendo lombrices |
Enseñando los lugares de pesca |
Primera captura |
Tras la comida
recogemos lombrices para Carmen, que se pasará la tarde pescando en un recodo
del río mientras los hombres salimos a caballo para tratar de localizar una
vaca que lleva un par de días desaparecida.
Cabalgamos toda la tarde, y la encontramos en un rebaño bastante lejos de la casa, ya casi sin tiempo para llevárnosla de vuelta.
Intentamos enlazarla de todas formas, en una divertida maniobra que incluyó buenas galopadas tras el rebaño, separando la vaca que nos interesaba e intentando atraparla por el cuello con el lazo.
No fue posible agarrarla, aunque conseguimos separarla y cercarla entre los dos caballos en varias ocasiones, pero al final desistimos y Don Humberto lo dejó para otro día, dándonos por satisfechos con haberla localizado y saber dónde está.
Volvimos a casa a buen paso y Carmen nos sorprende con cinco truchas para la cena.
No son muy grandes, algo normal a esta altitud, donde nunca alcanzarán el tamaño que tendrían en ríos más caudalosos y de aguas menos frías.
Terminamos el día con una nueva velada llena de anécdotas y conversaciones filosóficas acompañadas de aguapanela (especie de infusión bastante cargada con azúcar de caña) y café, siempre necesarias para meter un poco de calor al cuerpo antes de meterse en la cama.
Cabalgamos toda la tarde, y la encontramos en un rebaño bastante lejos de la casa, ya casi sin tiempo para llevárnosla de vuelta.
Intentamos enlazarla de todas formas, en una divertida maniobra que incluyó buenas galopadas tras el rebaño, separando la vaca que nos interesaba e intentando atraparla por el cuello con el lazo.
No fue posible agarrarla, aunque conseguimos separarla y cercarla entre los dos caballos en varias ocasiones, pero al final desistimos y Don Humberto lo dejó para otro día, dándonos por satisfechos con haberla localizado y saber dónde está.
Volvimos a casa a buen paso y Carmen nos sorprende con cinco truchas para la cena.
No son muy grandes, algo normal a esta altitud, donde nunca alcanzarán el tamaño que tendrían en ríos más caudalosos y de aguas menos frías.
Limpiando las truchas |
Después de un largo día, llevamos los caballos a un lugar de buen pasto, para el descanso:
Terminamos el día con una nueva velada llena de anécdotas y conversaciones filosóficas acompañadas de aguapanela (especie de infusión bastante cargada con azúcar de caña) y café, siempre necesarias para meter un poco de calor al cuerpo antes de meterse en la cama.
El cielo amenaza
lluvia, y decidimos quedarnos en la casa y posponer una vez más nuestra salida
hacia Termales de Cañón, a pesar de que Don Humberto se prepara para irse a
pasar unos días a Salento, donde viven su mujer (en segundas nupcias) y sus dos
hijas pequeñas.
Le ayudamos a alistarse y le vemos partir a caballo, aunque esta vez sus perros no le acompañarán más que hasta la mitad del camino antes de darse la vuelta.
Poco después de su partida la lluvia comienza a caer, no muy fuerte pero persistente, fría, implacable.
Cocinamos, comemos, leemos, hacemos tareas con Sahara y esperamos a que el tiempo mejore y este frío húmedo deje paso a algún rayo de sol que nos dé una tregua.
Y, al final, llega, así que salimos hacia la cumbre de la colina situada detrás de la casa, que la separa del valle que exploramos ayer.
Tardamos en subir bastante más de lo que pensábamos, la pendiente es demasiado empinada y el pajonal, vegetación dominante de toda la ladera, dificulta muchísimo el avance, así que cada metro ganado en altura representa un gran esfuerzo para nuestros pulmones, avasallados por la baja cantidad de oxigeno a estos 4.000 metros en que nos encontramos.
Una vez más, los rastros de grandes mamíferos brillan por su ausencia, pero levantamos un venado de cola blanca (Odocoileus virginianus) que se refugiaba en un abrigo rocoso, y que cruza como un cohete por nuestro lado, perdiéndose rápidamente ladera abajo entre las altas hierbas, que le ocultan en su desesperada huida, motivada por nuestra presencia en un lugar en que se creía seguro.
Alcanzamos a tener una buena vista del bonito Nevado de Tolima, volcán de cumbre blanca que domina el paisaje de este Parque Nacional, antes de emprender el descenso, mucho más rápido y divertido que la subida, pues aprovechamos las altas matas de pajonal para deslizarnos ladera abajo como si de un tobogán se tratase.
Aun así, llegamos casi de noche a la casa, y el fuego se resiste un poco antes de dejar notar su calor en la húmeda atmósfera que nos dejó la lluvia.
Le ayudamos a alistarse y le vemos partir a caballo, aunque esta vez sus perros no le acompañarán más que hasta la mitad del camino antes de darse la vuelta.
Poco después de su partida la lluvia comienza a caer, no muy fuerte pero persistente, fría, implacable.
Cocinamos, comemos, leemos, hacemos tareas con Sahara y esperamos a que el tiempo mejore y este frío húmedo deje paso a algún rayo de sol que nos dé una tregua.
Y, al final, llega, así que salimos hacia la cumbre de la colina situada detrás de la casa, que la separa del valle que exploramos ayer.
Tardamos en subir bastante más de lo que pensábamos, la pendiente es demasiado empinada y el pajonal, vegetación dominante de toda la ladera, dificulta muchísimo el avance, así que cada metro ganado en altura representa un gran esfuerzo para nuestros pulmones, avasallados por la baja cantidad de oxigeno a estos 4.000 metros en que nos encontramos.
Una vez más, los rastros de grandes mamíferos brillan por su ausencia, pero levantamos un venado de cola blanca (Odocoileus virginianus) que se refugiaba en un abrigo rocoso, y que cruza como un cohete por nuestro lado, perdiéndose rápidamente ladera abajo entre las altas hierbas, que le ocultan en su desesperada huida, motivada por nuestra presencia en un lugar en que se creía seguro.
Un frailejón un poco raro.... |
Alcanzamos a tener una buena vista del bonito Nevado de Tolima, volcán de cumbre blanca que domina el paisaje de este Parque Nacional, antes de emprender el descenso, mucho más rápido y divertido que la subida, pues aprovechamos las altas matas de pajonal para deslizarnos ladera abajo como si de un tobogán se tratase.
Aun así, llegamos casi de noche a la casa, y el fuego se resiste un poco antes de dejar notar su calor en la húmeda atmósfera que nos dejó la lluvia.
Hoy sí, hoy es el
día, así que a media mañana salimos en dirección a Termales de Cañón, la
caminata más larga que realizaremos en este páramo, siempre rozando los 4.000
m.s.n.m. y cargados con casi todo nuestro equipaje.
Llegamos relativamente rápido a la Laguna del Encanto, supuestamente la mitad de la ruta, pero a partir de allí el camino se nos antojó bastante más largo y duro de lo que esperábamos.
Bajadas interminables seguidas de subidas rompedoras, cruce de profundos cañones desmoralizantes, y camino y más camino, en una sucesión inacabable de recodos tras los que siempre esperábamos vislumbrar nuestra meta, meta que tardó tanto en llegar que el atardecer nos sorprendió antes de poder disfrutar lo que este paraje tenía para ofrecernos.
Saludamos al único habitante del lugar, y montamos la tienda en un espacio destinado a tal efecto, a cubierto de la lluvia bajo un tejado mixto de uralita y grandes plásticos, que nos protegieron de la tormenta que azotó las alturas durante la noche.
Llegamos relativamente rápido a la Laguna del Encanto, supuestamente la mitad de la ruta, pero a partir de allí el camino se nos antojó bastante más largo y duro de lo que esperábamos.
Bajadas interminables seguidas de subidas rompedoras, cruce de profundos cañones desmoralizantes, y camino y más camino, en una sucesión inacabable de recodos tras los que siempre esperábamos vislumbrar nuestra meta, meta que tardó tanto en llegar que el atardecer nos sorprendió antes de poder disfrutar lo que este paraje tenía para ofrecernos.
Saludamos al único habitante del lugar, y montamos la tienda en un espacio destinado a tal efecto, a cubierto de la lluvia bajo un tejado mixto de uralita y grandes plásticos, que nos protegieron de la tormenta que azotó las alturas durante la noche.
La cordillera andina,
de reciente formación, es el resultado del choque entre dos grandes placas
tectónicas, la placa de Nazca y la Sudamericana.
Es por ello que a día de hoy, los Andes todavía siguen creciendo, y por ello también hay una gran actividad volcánica -que continúa por tierras centroamericanas hacia el norte-, con cráteres que arrojan magma, rocas incandescentes y vapores tóxicos; movimientos sísmicos relativamente frecuentes; grandes erupciones esporádicas; o abundantes lugares donde las aguas termales afloran a la superficie a temperaturas más o menos elevadas.
Termales de Cañón es uno de esos sitios, y sus cálidas aguas una de las razones por las que vinimos.
En medio de un paisaje impresionante, rodeada de grandes picos nevados y del frío páramo andino, una modesta piscina de aguas sulfurosas, alimentada por un pequeño arroyo humeante, permite que los viajeros como nosotros podamos relajarnos y sacudirnos el polvo y el cansancio de la extenuante caminata que nos trajo hasta aquí.
Es por ello que a día de hoy, los Andes todavía siguen creciendo, y por ello también hay una gran actividad volcánica -que continúa por tierras centroamericanas hacia el norte-, con cráteres que arrojan magma, rocas incandescentes y vapores tóxicos; movimientos sísmicos relativamente frecuentes; grandes erupciones esporádicas; o abundantes lugares donde las aguas termales afloran a la superficie a temperaturas más o menos elevadas.
Termales de Cañón, bajo el Nevado de Tolima |
Termales de Cañón es uno de esos sitios, y sus cálidas aguas una de las razones por las que vinimos.
En medio de un paisaje impresionante, rodeada de grandes picos nevados y del frío páramo andino, una modesta piscina de aguas sulfurosas, alimentada por un pequeño arroyo humeante, permite que los viajeros como nosotros podamos relajarnos y sacudirnos el polvo y el cansancio de la extenuante caminata que nos trajo hasta aquí.
No pudimos bañarnos cuando llegamos a
la noche, pero en cuanto nos despertamos, una de las primeras cosas que hacemos
es penetrar en la gran bañera, donde el frío seco de los 4.000 metros de altura
se convierte en la húmeda calidez proveniente de las profundidades de la
Tierra.
El agua está a una temperatura perfecta, un poco caliente al principio, pero muy agradable en cuanto nos acostumbramos.
Tanto, que pasamos las dos horas siguientes jugando, chapoteando y despiojándonos (si, por segunda vez en nuestro viaje estamos infestados por estos molestos parásitos, que nos acompañan probablemente desde Gachetá; afortunadamente el frío los mantiene a raya, y las calientes aguas termales los atontan y facilitan su exterminio a mano) sin ninguna intención de volver a nuestro elemento natural, varios grados centígrados por debajo de la agradable piscina volcánica.
Después del reparador chapuzón, desayunamos, recogemos nuestras cosas y nos disponemos a desandar el camino, que nos parece mucho más corto y más llevadero que a la subida.
Esta noche decidimos alojarnos en la Estancia Aquilino, donde llegamos pasadas las 17 horas, cerca de la anochecida; Don Humberto todavía no ha vuelto del pueblo y nos apetece cambiar de anfitriones y repartir un poco entre los distintos pobladores nuestro escaso presupuesto.
La familia que habita la Estancia, formada por Ersaín, Astrid y sus hijos Johan David y María Alejandra, nos parece encantadora y pasamos varias horas charlando con ellos mientras Sahara juega con los pequeños.
Esta vez decidimos alquilar una habitación (y mantas) para pasar la noche, y también encargamos la cena y todas las comidas de mañana, que además están deliciosas (y volvemos a comer oveja, algo que nunca habíamos probado antes de conocer a Don Humberto y compartir sus víveres).
El agua está a una temperatura perfecta, un poco caliente al principio, pero muy agradable en cuanto nos acostumbramos.
Tanto, que pasamos las dos horas siguientes jugando, chapoteando y despiojándonos (si, por segunda vez en nuestro viaje estamos infestados por estos molestos parásitos, que nos acompañan probablemente desde Gachetá; afortunadamente el frío los mantiene a raya, y las calientes aguas termales los atontan y facilitan su exterminio a mano) sin ninguna intención de volver a nuestro elemento natural, varios grados centígrados por debajo de la agradable piscina volcánica.
Después del reparador chapuzón, desayunamos, recogemos nuestras cosas y nos disponemos a desandar el camino, que nos parece mucho más corto y más llevadero que a la subida.
Esta noche decidimos alojarnos en la Estancia Aquilino, donde llegamos pasadas las 17 horas, cerca de la anochecida; Don Humberto todavía no ha vuelto del pueblo y nos apetece cambiar de anfitriones y repartir un poco entre los distintos pobladores nuestro escaso presupuesto.
La familia que habita la Estancia, formada por Ersaín, Astrid y sus hijos Johan David y María Alejandra, nos parece encantadora y pasamos varias horas charlando con ellos mientras Sahara juega con los pequeños.
Esta vez decidimos alquilar una habitación (y mantas) para pasar la noche, y también encargamos la cena y todas las comidas de mañana, que además están deliciosas (y volvemos a comer oveja, algo que nunca habíamos probado antes de conocer a Don Humberto y compartir sus víveres).
Parada para comer en un refugio natural de piedra |
Otra vez pasamos por la Laguna del Encanto |
Ya se ve la Estancia Aquilino, donde pasaremos la noche |
Día 8 (17/02/14).-
Estancia Aquilino (3.680 m.s.n.m.)- Paramillo (4.200 m.s.n.m.)- Estancia
Aquilino (3.680 m.s.n.m.)-Páramo de Romerales (3.800 m.s.n.m.)-El Bosque (3.070
m.s.n.m.) (5 km + 8.5 km)
A pesar de que
pensábamos volver directamente a Salento después del desayuno, hace un día
estupendo, nuestro hijo disfruta jugando con sus nuevos amigos, y a nosotros
nos apetece echar un ojo al Paramillo, un bonito valle del que nos han hablado
varios habitantes del Parque Nacional.
Así que es todavía temprano cuando comenzamos la ascensión hacia los cerros que rodean el Paramillo del Quindío, una cumbre de 4.700 metros cuyos pies queremos alcanzar.
Subimos sin cesar hasta una zona lo suficientemente alta para observar las planicies encharcadas y las pequeñas lagunas que dan a este valle su pintoresco aspecto, pero hoy la suerte no está del todo de nuestro lado, y el pico está totalmente cubierto con una espesa niebla que no deja que disfrutemos de todo su esplendor.
No tardamos en regresar, pues ya no queremos retrasar más nuestra partida, así que recogemos a Sahara y salimos sin prisa en dirección a la civilización, sabiendo que hoy ya no será posible alcanzarla, pero sin ninguna pena por ello.
Después de una pequeña parada en la Estancia Primavera, para despedirnos y recoger algunas cosas que dejamos allí en custodia, atacamos la parte más dura del trayecto, la subida hasta el Páramo de Romerales, esta vez cargados con todas nuestras cosas y destrozándonos las piernas y los hombros con las correas de nuestros pesados mochilones.
Pasado el Páramo la cosa no mejora mucho, pues hemos decidido volver por un camino diferente del que utilizamos a la subida, convencidos por los pobladores de que la distancia y el tiempo necesario para superarla era el mismo por un camino o por el otro.
Pero no, el nuevo camino lo es todo menos nuevo.
Grandísimos socavones tallados por las fuertes lluvias impiden que avancemos con un paso regular, y nos tambaleamos continuamente de un lado a otro de la vía, luchando contra los tropezones y hundiéndonos en el barro hasta las rodillas en algunas ocasiones.
A medio camino, ya con la tarde muy avanzada y el cuerpo roto por tanto esfuerzo, decidimos acampar en un solitario prado que nos ofrece buenas vistas de los bosques situados por debajo nuestra y una buena provisión de leña para disfrutar de un fuego durante la noche, así que montamos el campamento y descansamos como niños hasta la mañana siguiente.
Así que es todavía temprano cuando comenzamos la ascensión hacia los cerros que rodean el Paramillo del Quindío, una cumbre de 4.700 metros cuyos pies queremos alcanzar.
Subimos sin cesar hasta una zona lo suficientemente alta para observar las planicies encharcadas y las pequeñas lagunas que dan a este valle su pintoresco aspecto, pero hoy la suerte no está del todo de nuestro lado, y el pico está totalmente cubierto con una espesa niebla que no deja que disfrutemos de todo su esplendor.
No tardamos en regresar, pues ya no queremos retrasar más nuestra partida, así que recogemos a Sahara y salimos sin prisa en dirección a la civilización, sabiendo que hoy ya no será posible alcanzarla, pero sin ninguna pena por ello.
Paramillo del Quindío |
Sahara y su amigo Johan David |
Y la pequeña María Alejandra |
Después de una pequeña parada en la Estancia Primavera, para despedirnos y recoger algunas cosas que dejamos allí en custodia, atacamos la parte más dura del trayecto, la subida hasta el Páramo de Romerales, esta vez cargados con todas nuestras cosas y destrozándonos las piernas y los hombros con las correas de nuestros pesados mochilones.
Pasado el Páramo la cosa no mejora mucho, pues hemos decidido volver por un camino diferente del que utilizamos a la subida, convencidos por los pobladores de que la distancia y el tiempo necesario para superarla era el mismo por un camino o por el otro.
Pero no, el nuevo camino lo es todo menos nuevo.
Grandísimos socavones tallados por las fuertes lluvias impiden que avancemos con un paso regular, y nos tambaleamos continuamente de un lado a otro de la vía, luchando contra los tropezones y hundiéndonos en el barro hasta las rodillas en algunas ocasiones.
A medio camino, ya con la tarde muy avanzada y el cuerpo roto por tanto esfuerzo, decidimos acampar en un solitario prado que nos ofrece buenas vistas de los bosques situados por debajo nuestra y una buena provisión de leña para disfrutar de un fuego durante la noche, así que montamos el campamento y descansamos como niños hasta la mañana siguiente.
Saltando la hoguera a petición de Sahara, después de un día muy duro |
Día 9 (18/02/14).- El
Bosque (3.070 m.s.n.m.)-Valle de Cocora (2.390 m.s.n.m.)- Salento (8.5 km)
Amaneciendo |
Comenzamos el día
haciendo un fueguito en el que preparar el desayuno, con una vista privilegiada
de los bosques de niebla que sobreviven en la región, que disfrutamos hasta que
el sol seca por completo el doble techo de la tienda, todavía húmedo a causa de
la llovizna de la noche.
Continuamos camino entre nieblas, ya muy cansados por el peso de las mochilas, y conseguimos llegar al Valle de Cocora para coger un jeep a las 12:30, con bastante suerte, ya que no hay otro hasta las 15:00.
Una vez en Salento dedicamos el resto del día a comer, descansar, volver a comer y volver a descansar, con un pequeño alto para participar en una de las clases de yoga gratuitas de nuestro hostal; no nos merecíamos otra cosa.
Continuamos camino entre nieblas, ya muy cansados por el peso de las mochilas, y conseguimos llegar al Valle de Cocora para coger un jeep a las 12:30, con bastante suerte, ya que no hay otro hasta las 15:00.
Una vez en Salento dedicamos el resto del día a comer, descansar, volver a comer y volver a descansar, con un pequeño alto para participar en una de las clases de yoga gratuitas de nuestro hostal; no nos merecíamos otra cosa.
Atlapetes pallidinucha |
Pero no todo podía
ser bueno, y nos encontramos con la noticia de que la madre de Carmen está
ingresada en el hospital con un neumotórax, así que nuestra
alegría se transforma en preocupación y en nerviosismo, mientras esperamos más
noticias desde Galicia que nos aclaren la situación.
Más fotos:
Merganetta armata
Excelente viaje!
ResponderEliminar