GRANADA Y EL CAÑON DE SOMOTO, UNA AVENTURA FLUVIAL
Iglesia de Guadalupe |
Tras el espectáculo de las tortugas, nos dirigimos (cómo no, en un bus que sale de aquí a horas intempestivas, casi antes de la amanecida) a la ciudad de Granada, la primera fundada como tal en el continente americano, a orillas del Lago Nicaragua.
Convento de San Francisco |
Aunque nos quedamos en la ciudad un par de noches, solo damos unos paseos cortos, aunque suficientes para ver gran parte de los edificios históricos que alberga.
Por ejemplo, la iglesia de Guadalupe, último bastión de resistencia del pirata William Walker; o la iglesia y convento de San francisco, que inició su historia como convento, luego fue ocupada por la orden franciscana y quemada por piratas antes de cobijarlos en su interior como cuartel general.
Cúpulas de la Catedral con el volcán Mombacho al fondo |
Agarramos más buses para llegar a
Somoto, no sin dificultades. Resulta que el autobús que pudimos alcanzar a
coger en Managua, no llega hasta el pueblo, sino que se queda en un cruce a
unos diez kilómetros, ya que se desvía hacia Ozogoche, cerca de una de las
fronteras con Honduras. No hay problema, ya que al vendernos el billete nos
aseguran que hay otro autobús, haremos un transbordo y llegaremos al pueblo de
Somoto en unas tres horas desde aquí. Ya en nuestros asientos, nos aclaran que
no hay bus, pero que siempre hay taxis esperando para recoger a la gente que
llega en este transporte (sobre las ocho de la noche) y llevarlos al centro
urbano. Esta historia nos suena conocida, y no siempre acaba bien…
Interior del cañón |
Cuando llegamos al citado cruce, es
noche cerrada, no hay taxis ni nada que se la parezca (de hecho no se ve un
alma) y el cruce está en medio de la nada, a orillas de la carretera
Panamericana. Nos “arrojan” al arcén con el tranquilizador consejo de que hagamos
raid (que es como se llama aquí a hacer dedo) y no tendremos problemas para que
nos lleven, ya que este puede ser un lugar algo peligroso. Un plan estupendo.
Instalados a orillas del asfalto
con todos nuestros bártulos, contemplamos durante unos minutos como no pasa
casi nadie por este lugar, y los que pasan lo hacen en dirección contraria a la
que nosotros llevamos. Además Sahara, que venía durmiendo en el autobús, dice
que no puede más y que se quiere acostar donde sea, así que empezamos a
plantearnos el montar la tienda en una marquesina a pié de carretera donde
estaremos algo más protegidos hasta mañana. Cuando estamos a punto de empezar a
instalar el campamento, aparece una camioneta de obras que va en nuestra misma
dirección, abordamos a sus ocupantes y conseguimos que nos lleven hasta la
civilización. Por cierto, nos comentan que este lugar es muy peligroso y que no
era muy buena idea quedarnos a pasar la noche, aunque nosotros creemos que aquí
difícilmente podría pasar algo, tanto bueno como malo, pues está más que
muerto. Quién sabe…
Caminando por el cañón |
Esto no se acaba tan fácilmente, y
por la mañana, antes de poder dirigirnos hacia el cañón, tenemos que cambiarnos
de alojamiento y negociar hasta conseguir una rebaja de más del 50% en otro
hotel (algo que, la verdad, no costó demasiado). Esto es debido a que en el que hemos
pernoctado no cuidan de nuestras mochilas mientras nos quedamos en el cañón que
venimos a conocer, pues como de costumbre, no necesitamos llevar todas nuestras
cosas al campo. La verdad es que tenemos que reconocer que el cambio ha sido
para mejor…
Por fin llegamos al Cañón de
Somoto, también conocido por los lugareños como "La Estrechura" o "Namancabre", un lugar que nos recomendó Nony, el israelita que conocimos en
Corcovado y que vive cerca de aquí, en Estelí. Este cañón, con fama de espectacular, fue “descubierto” para el gran público hace tan solo siete u ocho años, por una
partida de investigadores que buscaban el nacimiento del río Coco y que se
encontraron con este inesperado tramo de paredones verticales de una gran
presencia escénica.
Ya mientras esperábamos en la
parada de buses de Somoto para ir a la aldea del Valle de Sonís, donde se
encuentra la entrada del cañón, nos aborda un guía ofreciendo sus servicios
para bajar por el cauce, única manera de conocerlo según él. Declinamos su
oferta pero nos quedamos con su nombre y su teléfono por si cambiamos de opinión
en los próximos días.
Más guías nos ofrecen el tour en el autobús, en la parada
en la que nos bajamos y, por supuesto, en la caseta de información donde
abonamos nuestra simbólica cuota de ingreso. Decimos que no a todos, pero
sacamos alguna información acerca de la Reserva Natural Tepesomoto-Pataste en
la que estamos, sus alrededores, la fauna que alberga y los posibles lugares
para acampar. También vemos un par de mapas y comprobamos que realmente es
mejor hacerse acompañar por alguien de la zona para conocer el cañón desde
dentro de forma segura.
Montando el campamento |
Este primer día cruzamos el río y
nos vamos a la parte alta del cañón, donde hay varios miradores acondicionados
para disfrutar las vistas desde arriba. Todos tienen techo y suelo de tablas, y nos instalamos
para pasar la noche en el segundo de ellos, más amplio y refugiado en caso de
lluvia.
Hacemos una buena fogata en la que cocinamos nuestra cena y, aprovechando que en esta zona hay presencia de coyotes (Canis latrans), me hago un par de sesiones de aullidos simulados, técnica que nos ha funcionado en gran número de ocasiones con lobos (C. lupus) y chacales (C. aureus). Esta vez no hay suerte, pero ya sentimos algo de satisfacción solo con el hecho de poder aullar, de que los cánidos están por aquí y de que podemos intentar verlos.
También hacemos una espera corta antes de que anochezca, pero con idénticos resultados que los aullidos.
Cocina campestre |
Hacemos una buena fogata en la que cocinamos nuestra cena y, aprovechando que en esta zona hay presencia de coyotes (Canis latrans), me hago un par de sesiones de aullidos simulados, técnica que nos ha funcionado en gran número de ocasiones con lobos (C. lupus) y chacales (C. aureus). Esta vez no hay suerte, pero ya sentimos algo de satisfacción solo con el hecho de poder aullar, de que los cánidos están por aquí y de que podemos intentar verlos.
También hacemos una espera corta antes de que anochezca, pero con idénticos resultados que los aullidos.
Listos para empezar |
Desmodus rotundus |
De camino, Bayardo nos comenta acerca de una cueva en la que se refugian bastantes murciélagos, e incluso que la última vez que la visitó, hace ya algún tiempo, vio una boa acechándolos. Instantáneamente decidimos que hay que verla, así que cortamos monte a través directamente hacia el cauce y luego escalamos un pequeño tramo de roca para llegar hasta ella.
Pteronotus ¿parellii? |
Esta vez no hay boas, pero una gran cantidad de murciélagos (identificamos los hematófagos Desmodus rotundus, que se alimenta de la sangre del ganado, y unos insectívoros del género Pteronotus, probablemente P. parnellii) cubren los techos de la cueva y el espectáculo merece la pena.
Seguimos río abajo para encontrarnos con el cuñado de nuestro guía, que nos espera con una balsa inflable en la que llevaremos a Sahara y las cosas que no se pueden mojar, como cámaras y prismáticos. Desde este punto comenzamos el descenso que, aunque para muy principiantes, nos hace pasárnoslo muy bien. Como dijo Sahara en su momento, se lo pasó de miedo, tanto en la balsa inflable, con la que bajaba los rápidos sin ayuda, como dejándose llevar por la corriente con la ayuda del chaleco salvavidas. Según sus propias palabras, lo repetiría todos los días sin cansarse nunca.
Por nuestra parte, también disfrutamos un montón, caminando, nadando y dejándonos arrastrar por la corriente, además de flipar bastante con el sinuoso paisaje fluvial que vamos descubriendo, pues las paredes de hasta
Durante el recorrido encontramos una pequeña serpiente inofensiva (Senticolis triaspis) con la que disfrutamos un rato (además de salvarle la vida, ya que los guías se armaron rápidamente de piedras con las que aplastarle la cabeza. Afortunadamente, el cliente es el que manda y si nosotros decimos que no se mata, no se mata).
Al final pasó lo que tenía que
pasar y salimos del río ya casi de noche, con lo que perdimos hace rato el
último bus que podía llevarnos de vuelta al pueblo de Somoto. Intentamos
agarrar un taxi o hacer dedo en la carretera, pues hemos dejado reservada una
habitación en el hotel que nos hizo el favor de guardarnos las mochilas y
hacernos un precio especial. Pero por esta carretera tampoco pasa nadie y, tras
un buen rato de espera y un par de coches que nos ignoran, conseguimos llamar
al hotel (no fue fácil conseguir el número, un teléfono, etc) y cambiar nuestra
reserva para mañana. Esta noche dormiremos en la cabaña de huéspedes de nuestro
guía.
Otro día en el cañón, y decidimos
ocuparlo en explorar el último trozo que nos queda, en la parte situada hacia
arriba de la cueva de ayer. Esta vez vamos solos, Bayardo nos presta un par de
chalecos y Sahara se queda en su casa jugando con su nieta Daviana, pues se han
hecho buenos amigos.
Vemos algunos pájaros, una iguana nueva (Ctenosaura quinquecarinata) y, como ayer, bastantes rastros de nutria, y pasamos buenos ratos intentando (y consiguiendo) que no se nos mojen las cosas en las pozas en las que hay que nadar. Para ello, primero recogemos una cámara de rueda hinchada en la que Carmen se subió con la mochila encima y luego –ya que la rueda tenía dueño- hacemos una balsa con su propio cuerpo y los dos chalecos, en ambos casos remolcándola a nado yo mismo.
Observamos más murciélagos, esta vez de la especie Rhinchonycteris naso, que descansan colgados en las paredes de piedra a poca distancia del agua.
Vemos algunos pájaros, una iguana nueva (Ctenosaura quinquecarinata) y, como ayer, bastantes rastros de nutria, y pasamos buenos ratos intentando (y consiguiendo) que no se nos mojen las cosas en las pozas en las que hay que nadar. Para ello, primero recogemos una cámara de rueda hinchada en la que Carmen se subió con la mochila encima y luego –ya que la rueda tenía dueño- hacemos una balsa con su propio cuerpo y los dos chalecos, en ambos casos remolcándola a nado yo mismo.
Observamos más murciélagos, esta vez de la especie Rhinchonycteris naso, que descansan colgados en las paredes de piedra a poca distancia del agua.
Después de estos interesantes (y entretenidos) días en el Cañón de Somoto, seguimos nuestro viaje en busca de la migración de rapaces mexicana, a donde cada vez nos acercamos un poquito más, aunque pensamos hacer un par de paradas en El Salvador, único país que probablemente no volvamos a pisar durante el viaje de vuelta hacia el sur.
No hay comentarios:
Publicar un comentario