lunes, 1 de abril de 2013


LAS COTORRAS DE LA SIMA Y ENTRADA A LA SELVA DE EL OCOTE


Mirador del Cañón de La Venta, en la Reserva de la Biosfera Selva de El Ocote

La luz del amanecer comienza a despejar las sombras de la madrugada, aunque todavía no hay suficiente claridad como para traspasar la tela de nuestra tienda de campaña.

Un sonido, casi escandaloso, va aumentando su volumen a poca distancia de nuestro campamento, entre los árboles. Son las chachalacas (Ortalis leucogastra), que saludan al día que comienza y al sol, ese cálido amigo que secará la humedad traída por la lluvia de ayer. Lindo despertador natural para prepararnos para el espectáculo.

Nos acercamos al borde del acantilado, donde terminamos de despertarnos poco a poco mientras el calor va alcanzando la tierra. No somos los más perezosos. De vez en cuando, algunos chillidos estridentes procedentes del fondo del agujero llegan a nuestros oídos, y poco después, siguen a estos gritos los reflejos verdes y amarillentos del vuelo de cientos de cotorras verdes mexicanas (Aratinga holochlora) que ascienden en círculos hasta la boca de la sima, donde han pasado la noche, y desde la que se dispersan en todas direcciones en busca de alimento.

Sentado en el borde de la sima
Estamos otra vez en la Sima de las Cotorras, a donde llegamos ayer por la tarde en medio de un chaparrón que se alargó durante buena parte de la noche. Al llegar preparamos nuestra habitación bajo el techado que ya usamos la vez anterior, y aunque esta vez tenemos que hacer el fuego para la cena con leña mojada y hemos tardado unas cuantas horas en llegar aquí (incluyendo el autobús Tuxtla-Coita, el trayecto hasta Piedra Parada en raid (autoestop), la espera de dos horas cubiertos de la lluvia bajo un pequeño techado y el traslado en la furgoneta comunitaria hasta la zona ecoturística de la sima), merece la pena cambiar nuestra habitación en Tuxtla por esta en medio del campo, siempre más espaciosa. Además, disfrutamos de las idas y venidas de estos pequeños loros desde el momento en que llegamos, desquitándonos del fracaso que sufrimos con las psitácidas en nuestra primera visita a la zona.

Después de la salida masiva de la sima, seguimos viendo y oyendo pequeños grupos de cotorras durante toda la mañana, mientras aprovechamos para pasear y pajarear un poco por los alrededores.
Mañana es lunes, y hemos quedado a media mañana con el personal de la Reserva de la Biosfera de la Selva de El Ocote para acompañarles en una entrada a uno de sus campamentos, así que a mediodía comenzamos a caminar los cuatro kilómetros que nos separan de Piedra Parada, donde agarraremos el último autobús a Ocozocoautla, alrededor de las dos de la tarde.  
Al poco rato de comenzar nuestra andadura, nos recoge el camión cisterna que abastece de agua el restaurante y las cabañas gestionadas por la comunidad, así que recorremos el trayecto hasta la parada del bus subidos encima de la cisterna, gozando de una vista inmejorable del entorno que nos rodea.

Pasamos la noche en una pensión en Coita, donde debemos pagar por el alquiler de una resistencia eléctrica para calentar el agua de un cubo para la ducha (sólo como anécdota) y donde las corrientes de aire cruzan nuestra habitación en todas direcciones, y al día siguiente preparamos los víveres para un par de días buscando águilas elegantes (Spizaetus ornatus) en la reserva de El Ocote.

Vista desde la espera, donde controlábamos una amplia planicie al otro lado del río

Salimos sin retrasos alrededor del mediodía, en un pequeño camión amarillo de caja abierta. Ya conocemos el camino, el mismo que hicimos ayer por cuarta vez para bajar de la Sima de las Cotorras. De hecho, pasamos a tan sólo tres kilómetros del lugar, aunque seguimos de largo hacia el norte, internándonos mucho más monte adentro. Todo el recorrido, de más de veinte kilómetros, transcurre por una pista de tierra entre potreros y selva baja caducifolia, hasta poco antes del campamento, donde comenzamos a notar los cambios en la vegetación, que se hace más alta.

Bañadero y huellas de pecarí

Nos instalamos en el edificio de reciente construcción que hace las veces de vivienda de los guardas, y salimos a dar una vuelta hasta el mirador desde el que se ve parte del Cañón de La Venta, un tajo fluvial que no tiene mucho que envidiar a otros de mayor renombre. Durante el paseo, encontramos un bañadero utilizado recientemente por los pecarís de collar (Pecari tajacu) y olemos el rastro de varios animales, algo bastante habitual durante nuestras caminatas.


Las vistas no están nada mal, y además nos parece el mejor sitio que hemos visto desde hace tiempo para hacer una espera a los coyotes (Canis latrans). Es una pena que hayamos decidido no traer el telescopio en esta ocasión, pero hacemos la espera igual. No vemos nada, pero antes de la anochecida, escuchamos sus aullidos en la misma ladera en la que nos encontramos, en una zona en la que nos resultaría imposible verlos. Mientras recorremos el camino de vuelta a nuestra habitación iluminados por la luz de nuestras linternas, pensamos en que menos da una piedra, así que tampoco podemos quejarnos.

Claro robado a la selva para cultivos, donde esperamos a las águilas
El martes toca madrugar, ya que vamos a la zona en la que dicen que han visto y escuchado a la pareja de águilas elegantes. Tras el desayuno salimos en el camión y la jornada no empieza nada mal, ya que observamos a placer un adulto de halcón de monte (Micrastur semitorquatus) posado en una rama baja, que nos acompaña durante un trecho en nuestro camino, volando sobre el camino y posándose en los árboles de la orilla de este a medida que vamos avanzando. Solo por esto ya mereció la pena venir.
Llegamos a una zona abierta en medio de la selva mediante la técnica de tala y quema, un campo de frijoles perteneciente a algunos de los pobladores del área protegida.

Carmen rastreando el cielo
Esperamos durante varias horas, pero nuestras amigas no aparecen. Sí lo hacen otras no menos ilustres ni deseadas. Una pareja de gavilanes blancos (Leucopternis albicollis) demuestra que está en su territorio con sus vuelos continuos de un lado a otro del valle, y también perchándose en algunos de los grandes árboles secos que sobresalen del dosel. Un bonito adulto de gavilán cabecigris (Leptodon cayanensis), especie nueva para nosotros, nos sobrevuela despacio a baja altura, antes de desaparecer en la espesura. Dos gavilanes negros mayores (Buteogallus urubitinga) se entregan al cortejo, volando juntos mientras vocalizan, para que todos sepan que están ahí. También hay espacio para algunos invitados más comunes, pero no por ello más vulgares, así que los elanios tijereta (Elanoides forficatus), las aguilillas grises (Buteo plagyatus) y de cola corta (Buteo brachyurus), los gavilanes polleros (Accipiter cooperi) y los halcones guacos o reidores (Herpetotheres cachinnans) también se dejan ver. Un muy buen día de rapaceo en el que solo han faltado las reinas de estos bosques húmedos americanos, las míticas y preciosas águilas elegantes.

Resto del equipo de rastreo, pero no estamos descansando...

Después de esto nos preparamos para regresar a la civilización, pero en el campamento, Carlos, el conductor y guarda de El Ocote, nos comenta que si queremos podemos quedarnos un par de días más hasta el jueves, pues el tiene que volver aquí ese día para resolver otros asuntos y nos puede llevar de vuelta. Revisamos mentalmente la lista de víveres de que disponemos y decidimos que podemos sobrevivir holgadamente hasta ese momento, así que nos quedamos sin dudarlo.

Durante los siguientes dos días, se suceden las esperas a los coyotes, tanto por las mañanas como por las tardes, aderezadas con la posibilidad de observar desde el mirador a los espléndidos cóndores reales o zopilotes rey (Sarcoramphus papa), aunque sin ningún resultado positivo. Los foqueos tampoco nos dan muchas alegrías, aparte de la observación de un carnívoro sin identificar, que por comportamiento bien podría ser algún gato (en la reserva abundan los ocelotes (Leopardus pardalis) y jaguarundis (Puma jagouaroundi), también hay pumas (Puma concolor) y jaguares (Panthera onca), pero no se corresponden con el tamaño del animal que vimos). Sí tenemos más suerte con los pequeños paseriformes y vemos algunas especies nuevas como Cyclarhis gujanensis y Euphonia affinis.



Desgranando unas mazorcas de maíz para los animales en la espera

El miércoles llega un grupo de gente que nos explica que al día siguiente por la tarde volveremos a Coita con ellos, ya que Carlos no va a poder venir. Al menos no nos quedaremos tirados, así que volvemos a Ocozocoautla en la caja de una ranchera, algo que Sahara siempre disfruta.


Terminamos esta aventura en una habitación de la pensión que tanto nos gustó, pero esta vez nos dejamos de lujos y dejamos la habitación de las corrientes de aire, donde teníamos dos camas de matrimonio, por otra más barata con una sola cama para los tres, en el piso de abajo, donde no corre tanto el aire.
Mañana volvemos a Tuxtla Gutiérrez, desde donde continuaremos nuestro camino hacia las ruinas de Palenque y la Península de Yucatán.

Una de las paredes de la Sima de las Cotorras

Caminando por el bosque

En el bañadero de los pecarís

Otra foto del Cañón de la Venta

Cole al aire libre

Payaseando

En la espera

                       Fotos hechas por Sahara mientras buscamos coyotes en la ladera de enfrente:


Aullando

Algunos vídeos de las cotorras en la sima (los mejores no pudimos adjuntarlos debido a la duración y al tamaño en disco):



                                                

                                              

Volviendo sobre el camión cisterna:


Vistas del Cañón de la Venta desde el mirador:









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