LAS COTORRAS DE LA SIMA Y ENTRADA A LA SELVA DE EL OCOTE
Mirador del Cañón de La Venta, en la Reserva de la Biosfera Selva de El Ocote |
La luz del amanecer comienza a
despejar las sombras de la madrugada, aunque todavía no hay suficiente claridad
como para traspasar la tela de nuestra tienda de campaña.
Un sonido, casi escandaloso, va
aumentando su volumen a poca distancia de nuestro campamento, entre los
árboles. Son las chachalacas (Ortalis leucogastra), que saludan al día que comienza y al sol, ese
cálido amigo que secará la humedad traída por la lluvia de ayer. Lindo
despertador natural para prepararnos para el espectáculo.
Nos acercamos al borde del
acantilado, donde terminamos de despertarnos poco a poco mientras el calor va
alcanzando la tierra. No somos los más perezosos. De vez en cuando, algunos
chillidos estridentes procedentes del fondo del agujero llegan a nuestros
oídos, y poco después, siguen a estos gritos los reflejos verdes y amarillentos
del vuelo de cientos de cotorras verdes mexicanas (Aratinga holochlora) que ascienden en círculos hasta la boca de la
sima, donde han pasado la noche, y desde la que se dispersan en todas
direcciones en busca de alimento.
Sentado en el borde de la sima |
Estamos otra vez en la Sima de las
Cotorras, a donde llegamos ayer por la tarde en medio de un chaparrón que se
alargó durante buena parte de la noche. Al llegar preparamos nuestra habitación
bajo el techado que ya usamos la vez anterior, y aunque esta vez tenemos que
hacer el fuego para la cena con leña mojada y hemos tardado unas cuantas horas
en llegar aquí (incluyendo el autobús Tuxtla-Coita, el trayecto hasta Piedra
Parada en raid (autoestop), la espera de dos horas cubiertos de la lluvia bajo
un pequeño techado y el traslado en la furgoneta comunitaria hasta la zona
ecoturística de la sima), merece la pena cambiar nuestra habitación en Tuxtla
por esta en medio del campo, siempre más espaciosa. Además, disfrutamos de las
idas y venidas de estos pequeños loros desde el momento en que llegamos,
desquitándonos del fracaso que sufrimos con las psitácidas en nuestra primera
visita a la zona.
Después de la salida masiva de la
sima, seguimos viendo y oyendo pequeños grupos de cotorras durante toda la
mañana, mientras aprovechamos para pasear y pajarear un poco por los
alrededores.
Mañana es lunes, y hemos quedado a media mañana con el personal de
la Reserva de la Biosfera de la Selva de El Ocote para acompañarles en una
entrada a uno de sus campamentos, así que a mediodía comenzamos a caminar los
cuatro kilómetros que nos separan de Piedra Parada, donde agarraremos el último
autobús a Ocozocoautla, alrededor de las dos de la tarde.
Al poco rato de comenzar nuestra
andadura, nos recoge el camión cisterna que abastece de agua el restaurante y
las cabañas gestionadas por la comunidad, así que recorremos el trayecto hasta
la parada del bus subidos encima de la cisterna, gozando de una vista
inmejorable del entorno que nos rodea.
Pasamos la noche en una pensión en
Coita, donde debemos pagar por el alquiler de una resistencia eléctrica para
calentar el agua de un cubo para la ducha (sólo como anécdota) y donde las
corrientes de aire cruzan nuestra habitación en todas direcciones, y al día
siguiente preparamos los víveres para un par de días buscando águilas elegantes
(Spizaetus ornatus) en la reserva de
El Ocote.
Vista desde la espera, donde controlábamos una amplia planicie al otro lado del río |
Salimos sin retrasos alrededor del
mediodía, en un pequeño camión amarillo de caja abierta. Ya conocemos el
camino, el mismo que hicimos ayer por cuarta vez para bajar de la Sima de las
Cotorras. De hecho, pasamos a tan sólo tres kilómetros del lugar, aunque
seguimos de largo hacia el norte, internándonos mucho más monte adentro. Todo
el recorrido, de más de veinte kilómetros, transcurre por una pista de tierra
entre potreros y selva baja caducifolia, hasta poco antes del campamento, donde
comenzamos a notar los cambios en la vegetación, que se hace más alta.
Bañadero y huellas de pecarí |
Nos instalamos en el edificio de
reciente construcción que hace las veces de vivienda de los guardas, y salimos
a dar una vuelta hasta el mirador desde el que se ve parte del Cañón de La
Venta, un tajo fluvial que no tiene mucho que envidiar a otros de mayor
renombre. Durante el paseo, encontramos un bañadero utilizado recientemente por
los pecarís de collar (Pecari tajacu)
y olemos el rastro de varios animales, algo bastante habitual durante nuestras
caminatas.
Las vistas no están nada mal, y
además nos parece el mejor sitio que hemos visto desde hace tiempo para hacer
una espera a los coyotes (Canis latrans).
Es una pena que hayamos decidido no traer el telescopio en esta ocasión, pero
hacemos la espera igual. No vemos nada, pero antes de la anochecida, escuchamos
sus aullidos en la misma ladera en la que nos encontramos, en una zona en la
que nos resultaría imposible verlos. Mientras recorremos el camino de vuelta a
nuestra habitación iluminados por la luz de nuestras linternas, pensamos en que
menos da una piedra, así que tampoco podemos quejarnos.
Claro robado a la selva para cultivos, donde esperamos a las águilas |
El martes toca madrugar, ya que
vamos a la zona en la que dicen que han visto y escuchado a la pareja de
águilas elegantes. Tras el desayuno salimos en el camión y la jornada no
empieza nada mal, ya que observamos a placer un adulto de halcón de monte (Micrastur semitorquatus) posado en una
rama baja, que nos acompaña durante un trecho en nuestro camino, volando sobre
el camino y posándose en los árboles de la orilla de este a medida que vamos
avanzando. Solo por esto ya mereció la pena venir.
Llegamos a una zona abierta en
medio de la selva mediante la técnica de tala y quema, un campo de frijoles perteneciente
a algunos de los pobladores del área protegida.
Carmen rastreando el cielo |
Esperamos durante varias horas,
pero nuestras amigas no aparecen. Sí lo hacen otras no menos ilustres ni
deseadas. Una pareja de gavilanes blancos (Leucopternis
albicollis) demuestra que está en su territorio con sus vuelos continuos de
un lado a otro del valle, y también perchándose en algunos de los grandes
árboles secos que sobresalen del dosel. Un bonito adulto de gavilán cabecigris
(Leptodon cayanensis), especie nueva
para nosotros, nos sobrevuela despacio a baja altura, antes de desaparecer en
la espesura. Dos gavilanes negros mayores (Buteogallus
urubitinga) se entregan al cortejo, volando juntos mientras vocalizan, para
que todos sepan que están ahí. También hay espacio para algunos invitados más
comunes, pero no por ello más vulgares, así que los elanios tijereta (Elanoides forficatus), las aguilillas
grises (Buteo plagyatus) y de cola corta (Buteo brachyurus), los
gavilanes polleros (Accipiter cooperi)
y los halcones guacos o reidores (Herpetotheres
cachinnans) también se dejan ver. Un muy buen día de rapaceo en el que solo
han faltado las reinas de estos bosques húmedos americanos, las míticas y
preciosas águilas elegantes.
Resto del equipo de rastreo, pero no estamos descansando... |
Después de esto nos preparamos para
regresar a la civilización, pero en el campamento, Carlos, el conductor y guarda de El Ocote, nos
comenta que si queremos podemos quedarnos un par de días más hasta el jueves,
pues el tiene que volver aquí ese día para resolver otros asuntos y
nos puede llevar de vuelta. Revisamos mentalmente la lista de víveres de que
disponemos y decidimos que podemos sobrevivir holgadamente hasta ese momento,
así que nos quedamos sin dudarlo.
Durante los siguientes dos días, se
suceden las esperas a los coyotes, tanto por las mañanas como por las tardes,
aderezadas con la posibilidad de observar desde el mirador a los espléndidos
cóndores reales o zopilotes rey (Sarcoramphus
papa), aunque sin ningún resultado positivo. Los foqueos tampoco nos dan
muchas alegrías, aparte de la observación de un carnívoro sin identificar, que
por comportamiento bien podría ser algún gato (en la reserva abundan los ocelotes
(Leopardus pardalis) y jaguarundis (Puma jagouaroundi), también hay pumas (Puma concolor) y jaguares (Panthera onca), pero no se corresponden
con el tamaño del animal que vimos). Sí tenemos más suerte con los pequeños
paseriformes y vemos algunas especies nuevas como Cyclarhis gujanensis y Euphonia affinis.
Desgranando unas mazorcas de maíz para los animales en la espera |
El miércoles llega un grupo de
gente que nos explica que al día siguiente por la tarde volveremos a Coita con
ellos, ya que Carlos no va a poder venir. Al menos no nos quedaremos tirados,
así que volvemos a Ocozocoautla en la caja de una ranchera, algo que Sahara
siempre disfruta.
Terminamos esta aventura en una
habitación de la pensión que tanto nos gustó, pero esta vez nos dejamos de
lujos y dejamos la habitación de las corrientes de aire, donde teníamos dos
camas de matrimonio, por otra más barata con una sola cama para los tres, en el
piso de abajo, donde no corre tanto el aire.
Mañana volvemos a Tuxtla Gutiérrez, desde donde continuaremos nuestro camino hacia las ruinas de Palenque y la Península de Yucatán.
Mañana volvemos a Tuxtla Gutiérrez, desde donde continuaremos nuestro camino hacia las ruinas de Palenque y la Península de Yucatán.
Una de las paredes de la Sima de las Cotorras |
Caminando por el bosque |
En el bañadero de los pecarís |
Otra foto del Cañón de la Venta |
Cole al aire libre |
Payaseando |
En la espera |
Fotos hechas por Sahara mientras buscamos coyotes en la ladera de enfrente:
Aullando |
Volviendo sobre el camión cisterna:
Vistas del Cañón de la Venta desde el mirador:
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