martes, 19 de noviembre de 2013

QUETZALES Y TRADICIÓN INDÍGENA EN LA BAJA VERAPAZ


Algunos retratos de mujeres indígenas en la fiesta de Cubulco



Sahara también pudo disfrutar de los quetzales
La bruma de la mañana envuelve el Ranchito de los Quetzales, el pequeño hotel familiar al que llegamos ayer por la noche después de varias horas de autobús desde Panajachel (incluido un transbordo y un desplazamiento urbano en Ciudad de Guatemala).

Una fina y persistente llovizna, que ya caía cuando llegamos, moja la exuberante vegetación que nos rodea. Los doce huéspedes que nos encontramos esta mañana en el alojamiento (incluyendo a Sahara y a Mateo, otro niño que le dobla en edad) escudriñamos los árboles circundantes en busca de cualquier movimiento que delate la presencia de la hermosa ave que todos deseamos ver, el quetzal resplandeciente (Pharomachrus mocinno).



Curioso grupo de observadoras de aves, pertenecientes a alguna secta religiosa


Quetzal resplandeciente macho
Ave sagrada en la mitología de las antiguas civilizaciones mesoamericanas, las largas plumas cobertoras que le dieron su nombre en el idioma náhuatl originario de la zona ("quetzalli significa cola larga de plumas brillantes), y que adornan la cola de los machos eran muy apreciadas para confeccionar los tocados reales y otros ornamentos de la alta sociedad de la época.
Pero matar un quetzal estaba penado con la muerte, así que los encargados de atraparlos, debían hacerlo sin causar daño al animal, quitarle sus plumas –que volverían a crecer hasta alcanzar el doble del tamaño del cuerpo del ave- y volver a liberarlo enseguida. 
Hoy en día, este hermoso pájaro es el ave nacional de Guatemala (declarado en 1871), da nombre a la moneda del país y está representado en todos los billetes en circulación, además de en la bandera y el escudo de armas. 
Todo esto no impide que esté gravemente amenazado por la pérdida de hábitat y la caza ilegal en toda su reducida área de distribución centroamericana.


Hembra de quetzal
El nombre del hospedaje en el que nos alojamos ya lo dice todo, y no pasa mucho rato para que demuestre que es totalmente merecido.
Primero escuchamos la llamada del ave, después asoma tímidamente una hembra, que no se deja ver demasiado bien y, al poco, llega el primer macho. 
Un rato después, al menos dos machos y tres hembras se mueven entre las ramas de los aguacatillos (Lauraceae), que les proporcionan el alimento principal de una dieta eminentemente frugívora; y de algunos guarumos (Cecropia sp.), donde parece que atrapan insectos al vuelo.


Uno de los machos nos proporciona varios minutos de observación de bastante buena calidad, mientras el resto de los ejemplares aparecen y desaparecen entre las copas del arbolado, aunque conseguir sacar buenas fotos ya es otro cantar. 
La luz no ayuda nada, el pájaro está casi siempre a contraluz, y los pocos momentos en los que se posa en los sitios ideales, no permanece el tiempo suficiente ni siquiera para enfocar, pues mientras se alimenta se mueve sin parar.

Macho sin cobertoras en la cola

Como una hora después de su llegada, las aves desaparecen una por una, aunque seguimos escuchando sus reclamos durante un rato más. 

Mientras recogemos, Carmen todavía ve pasar sobre su cabeza, en un claro entre la vegetación, a un espléndido macho que mantiene enteras las largas plumas de la cola, tan codiciadas en su día por las antiguas civilizaciones precolombinas.





La mejor foto del día. En la siguiente, ya enfocada, el ave ya no estaba


Desayunamos con algunos de los otros huéspedes con los que compartimos esos inolvidables momentos, un grupo de cuatro médicos de la capital (José Domingo y Eduardo, traumatólogos; Emilio, cirujano plástico; y Pedro, que no es médico) y el hijo de uno de ellos, que nos invitan a acompañarles a pasar el resto del día en Cubulco, un pequeño pueblo de la región, de la etnia Achí, que hoy (24 de julio) celebra sus fiestas patronales. 
Aunque pensábamos salir hoy hacia nuestro siguiente destino, aceptamos acompañarles, y alrededor de las nueve de la mañana salimos en sus coches en dirección W-SW, con la esperanza de que la excursión merezca la pena.

Con el grupo de médicos de Ciudad de Guatemala en Cubulco. Detrás, Pedro, Carmen, Emilio y José Domingo. Delante, Marcos, Sahara Ugatz, Mateo y su padre Eduardo



Seguimos en las tierras altas guatemaltecas, donde habita la mayor parte de la población indígena del país, que en esta región son clara mayoría (el 85% de la población del altiplano pertenece a alguna de las etnias herederas de los mayas, frente al ya importante 60% que representan para el conjunto de Guatemala), y donde la represión ejercida por el ejército nacional en los duros años de la guerra, fue más sanguinaria.

Fue en esta región donde se cometieron la mayoría de los atentados contra los derechos humanos perpetrados por las fuerzas armadas. Torturas; violaciones; mutilaciones; asesinatos de hombres, mujeres y niños, muchas veces en masa; fueron crímenes corrientes realizados contra los indígenas.

Pero eso no fue lo único. En los peores tiempos de la represión, los cadáveres colgaban de los árboles grotescamente mutilados. 
Familia de lugareños
Hombres sin ojos, a los que arrancaban sus genitales antes de ahorcarlos. Mujeres embarazadas, que abrían en canal para arrebatar a sus hijos de sus vientres y matarlos antes de que se conviertan en rebeldes. Familias carbonizadas en sus casas, donde los niños pequeños permanecían prendidos a los pezones de sus madres después de muertos. 
Estas y quién sabe qué otras atrocidades fueron perpetradas por el ejercito nacional y por sus particularmente temidos soldados kaibiles, un cuerpo de fuerzas especiales, que según cuentan, llegaban a comerse algunas partes de sus “enemigos” en un increíble acto de sadismo. Otras veces, asesinaban a grupos de campesinos, a los que vestían como revolucionarios con el objetivo de informar a sus superiores y a la prensa acerca del desmantelamiento de un comando subversivo, añadiendo méritos a sus hojas militares.
Además, los bombardeos aleatorios sobre los poblados, una terrible muestra de poder que pretendía evitar que la población apoyase a los “insurgentes”, mantenían al pueblo aterrorizado.
Estas y otras barbaridades sucedieron en esos años en los que ser guatemalteco (y sobre todo indígena) significaba convivir con la injusticia, el terror, la represión y la muerte…

Pero hoy, casi veinte años después del final de un conflicto que duró más de tres décadas y media, aquí es un día de fiesta.

Una calle de Cubulco, al llegar

Llegamos a Cubulco cerca del mediodía, y el ambiente ya es claramente festivo.
Caminamos despacio por una de las calles que se dirigen a la plaza, totalmente rodeados de puestos donde se venden todo tipo de mercaderías.

Caminando y mirando los puestos


A ambos lados de la calle se suceden toldos y mesas de todos los tamaños, negocios ambulantes en los que las coloridas telas representativas de los distintos grupos indígenas se mezclan con la ropa estadounidense de segunda mano del puesto de al lado. 
Donde todo tipo de arreos y complementos para las caballerías se confunden con recipientes de plástico de todos los tamaños y para los todos los usos posibles.



Frutas, aperos de labranza, sombreros de tipo vaquero, cordelería, mangueras, pollos asados, puestos de medicamentos, de juguetes de plástico, de revistas y dvds, heladeros y limpiabotas, artículos de ferretería, ungüentos milagrosos que sirven para todo, botas de goma, jabón, cubos y regaderas de metal, arroz, maíz, frijoles, mantas, bisutería, gafas de sol, hamacas…todo se compra y se vende en este mercado improvisado que desaparecerá igual que llegó cuando la celebración se termine.



Por todas partes caminaban hombres -campesinos en su mayoría- vestidos al estilo cowboy, con tejanos, botas altas terminadas en punta, camisas de cuadros y sombrero de ala ancha, muchas veces con las espuelas todavía puestas, rematando una imagen de vaquero recién descabalgado de su caballo, que en lugar de un revolver porta un machete al cinto en su funda de cuero. 



Las mujeres vestían los tradicionales huipiles y polleras bordados con los respectivos motivos geométricos que identifican a la etnia y la comunidad a las que pertenecen.




Mujer cocinando tamales
Seguimos caminando hasta un cruce entre dos calles importantes.

Los olores dominantes son de pollo asado, de picante, de caldo de res o de tamales y elotes hervidos, provenientes de la enorme cantidad de puestos de comida existentes.
También de alcohol, de humo de leña y de la pólvora de los petardos que escuchamos de vez en cuando.




La procesión se acerca, precedida por algunos bailarines disfrazados para la ocasión.

Primero dos personajes solitarios.
Uno cubre su rostro con una máscara verde rematada por unos grandes cuernos de res sobre la cabeza, viste una especie de pijama blanco con dibujos de hombre-toro y lleva una cadena en la mano. 
El otro viste un traje colorido en el que predomina el color rojo con distintos bordados, rematado por una máscara también roja que representa un rostro humano y de la que cuelgan cintas de colores, plumas y otros accesorios, además de llevar una maraca en la mano. 
Estos personajes bailan entre la gente anunciando al resto de la comitiva, aunque, como en el caso de muchos otros actores de este festejo, no conseguimos averiguar qué representan o cual es su papel exacto en la celebración.


Un poco más atrás llegan otras figuras representativas del festejo. Esta vez son cuatro, dos hombres y dos mujeres.


Ellos llevan máscaras con rostros humanos, de color rosado.
Sus tocados son grandes penachos de plumas dispuestas como una gran cresta, de los que cuelgan muchas cintas de colores. 
Visten trajes en los que también predomina el color rojo, con distintos bordados y añadidos (monedas, hilos de oro, cintas de colores, espejos) y de sus brazos cuelgan una gran cantidad de pañuelos y campanillas. 
Cada uno lleva una espada y una bandera, uno la de Guatemala y otro la de España.
Se supone que representan a unos reyes españoles de la época de la conquista, y van acompañados de otro par de personajes que visten de forma similar, aunque sin espadas ni banderas y con maracas.


Ellas son princesas indias, a las que representan un par de niñas con vestidos blancos y rojos de falda ancha. No llevan máscaras y sus tocados son similares a los de los hombres, aunque menos elaborados.



Detrás llegan alrededor de una docena de bailarines enmascarados, que parece que representan a los conquistadores venidos de lejos, ya que todos lucen barba y cabello rubios, además de grandes tocados de plumas de colores (aunque uno de ellos luce careta negra). Los trajes son quizás más coloridos y elaborados que los de los anteriores actores de esta representación. 
No dejan de bailar, y están acompañados por otro personaje con máscara de toro y otros dos con caretas de mono y trajes predominantemente negros.




Tras ellos, una marimba transportada por cuatro personas y tocada por otras dos, que suena durante toda la duración de la procesión, precede a las figuras religiosas de los santos, varias de ellas representando al apóstol Santiago. 

Estas figuras son transportadas en andas por algunos parroquianos. 
Las cuatro primeras están enmarcadas en una especie de portales adornados con flores y plumas de colores, en los que se aprecia el mestizaje entre las religiones impuestas por los conquistadores españoles y las antiguas creencias indígenas que trataron de erradicar.

Detrás, un numeroso grupo de mujeres caminan portando velas encendidas, seguidas de otras once imágenes más de distintos tamaños, que son transportadas por otros cuatro hombres cada una.

Para terminar, un grupo de hombres bailan delante de una marimba, llevando largos palos con cintas de colores atadas en su extremo, que agitan con sus contoneos al ritmo de la música.






Nosotros, al igual que el resto de los espectadores, seguimos a todo el grupo o nos mezclamos con ellos, en una marea humana en la que el colorido tiene un marcado protagonismo.

A veces, también nos adelantamos para colocarnos en lugares estratégicos


Además, otros grupos de bailarines, ataviados con distintos trajes y máscaras rituales acompañan a la comitiva o se separan de ella según el momento, ejecutando sus danzas en distintas partes de la localidad. 
Algunos de los bailes típicos realizados durante la festividad son el baile de caxuxa, el baile del cortés, el del torito o el baile del alguacil, según la información consultada en internet, ya que durante la celebración no conseguimos que nadie pudiera explicarnos apenas nada de lo que sucedía ante nuestros ojos.


Este grupo de danzantes es el que más tarde realizará la danza del palo volador

Algunos otros danzantes participantes en los festejos

Tocando la marimba

También con instrumentos de viento

Danza con las princesas indias y los reyes españoles

Bailando en un rincón del pueblo, fuera de la procesión


Sorprendentemente, no pudimos ver en la celebración, durante todo el día, a casi ningún otro extranjero. Apenas nosotros, nuestros compañeros de la capital y un par de blancos más que caminaban en solitario entre la multitud.
El resto de los muchos cientos, algunos miles, de personas que se reunían en Cubulco el día del apóstol, eran indígenas de la etnia Achí, algunos K´iche´ y, probablemente, alguna otra.
Esto añadía mucho colorido y autenticidad a esta festividad a la que, por supuesto, no nos arrepentimos en absoluto de acudir.






Se acerca la traca final, y nunca mejor dicho.
Por la tarde, con el descenso del sol, la procesión se dirige a la plaza mayor del pueblo, donde un grueso palo, de más de veinte metros de longitud, se eleva verticalmente hacia el cielo frente a las escalinatas de la iglesia.
Toscas escaleras de madera, aseguradas con cuerdas a este tronco, llevan hasta su extremo, donde una estructura móvil hecha también de madera espera la llegada de los hombres voladores. 



Palo volador

Es el palo volador, la danza más importante del festejo, una danza religiosa precolombina de gran importancia para los antiguos mayas, totonacos y aztecas mesoamericanos.

Al parecer, su origen se remonta al período preclásico medio (1.200- 300 a. C.) y está asociado a la fertilidad de la tierra y a la solicitud de lluvia a los dioses, aunque también está muy relacionado con la numerología y el calendario de la época.

Hoy en día tan solo pervive en otras dos localidades de Guatemala (Chichicastenango y Joyabaj) y en los estados de Puebla y Veracruz en México.


Cuando el grupo de danzantes llega al pie de este tronco, comienzan a trepar. Primero son los dos bailarines vestidos de mono, seguidos de dos de los seis danzantes ataviados con trajes de colores. Estos últimos serán los que se lanzarán al vacío enganchados al palo tan solo por una cuerda, que sujetan a la pierna mediante un lazo.
Gracias a un sistema de giro situado en la parte superior del palo, los voladores descienden girando alrededor de este hasta llegar al suelo, repitiendo la operación al menos un par de veces cada bailarín.
Los últimos en saltar son los monos, que durante todo el resto del tiempo, han estado dando vueltas cabeza abajo y mirando el cielo extendidos sobre la plataforma giratoria. Ellos serán los únicos voladores que se deslicen colgando cabeza abajo, rematando de la manera más espectacular las variadas celebraciones que se han llevado a cabo durante los últimos días.







Y este fin de fiesta, está acompañado de un apabullante despliegue de pirotecnia, sobre todo de petardos gigantes que son lanzados al cielo mediante cañones fabricados con tubos de metal, causando gran estrépito.

Los voladores giran en el aire mientras el sonido del bombardeo resuena por toda la plaza y miles de minúsculos pedazos de papel carbonizado llueven sobre los asistentes.





Todo el mundo está alegre, muchos medio borrachos y nosotros encantados de haber asistido a esta celebración pagano-religiosa de la Guatemala profunda e indígena.





Limpiabotas trabajando

















Creo que si fuéramos extraterrestres no destacaríamos más
















Sahara despidiéndose de su pequeño amigo Josué, habitante del Ranchito
Volvemos a dormir al Ranchito de los Quetzales, donde al día siguiente intentaremos contemplar de nuevo a esta esquiva ave (y sólo conseguimos ver una hembra, a pesar de escuchar los reclamos de varios ejemplares en las inmediaciones de nuestro punto de espera) antes de continuar nuestro camino hacia las piscinas naturales de Semuc Champey, en la Alta Verapaz.












Observando una Boa constrictor con la que alguien se gana la vida....










































Aquí puede verse la postura de los "monos" en lo alto del palo













Algunos vídeos:
Macho de quetzal acicalándose:

De la procesión:





De los bailes tradicionales (algunos con orígenes prehispánicos):





Llegada de la procesión a la iglesia, danza del palo volador y traca final:










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