SAN JOSÉ, LIBERIA Y UN TERREMOTO CAMBIA NUESTROS PLANES
En San José con la bandera de Costa Rica |
Dirigimos nuestros pasos a la
capital, San José, donde tenemos que hacer algunos recados y averiguaciones, y
nos quedamos en la ciudad un par de noches.
Después de allí, seguimos hacia el
norte, a Liberia, donde pasamos la noche con idea de dirigirnos al día
siguiente al Parque Nacional Rincón de la Vieja y después al P.N. Santa Rosa,
ambos en la zona de Guanacaste.
El P.N. Rincón de la Vieja protege
el volcán del mismo nombre y su entorno, y hoy en día es unos de los mejores
lugares de Costa Rica para ver un volcán activo (ya que el Arenal no está
expulsando lava desde hace algún tiempo). Aunque este volcán no expulsa
material incandescente, dicen que las fumarolas, lodos burbujeantes y geíseres
que se pueden ver en sus faldas son algo impresionante.
El P.N. Santa Rosa, junto con el
P.N. Guanacaste, constituye una amplia área protegida que incluye selvas secas
(con una vegetación totalmente diferente de la que venimos viendo hasta ahora)
y hermosas playas en las que anidan durante estos meses miles de tortugas
olivaceas (Lepidochelys olivacea).
Además tiene una decente población de jaguar que en algunos casos se alimenta
de las tortugas y sus huevos, lo que nos da una buena oportunidad para intentar
verlo. En este parque también habitan coyotes (Canis latrans) o ciervos de cola blanca (Odocoileus virginianus), entre otras especies que podríamos
observar por primera vez.
Pero el destino tenía otra sorpresa
reservada para nosotros...
Tras el desayuno del día 5 de
septiembre, y cuando nos estábamos preparando para ir a informarnos de los
pormenores para nuestras excursiones en el MINAE (Ministerio del Ambiente, Energía y Telecomunicaciones), la tierra empezó a
temblar.
Bueno, primero tembló la tierra,
luego temblaron las paredes y al final, estaba temblando todo lo que nos
rodeaba. Teníamos bajo los pies el primer terremoto de envergadura de nuestra
vida.
No duró mucho, solo unos segundos o
tal vez un minuto, pero la sensación fue como si de repente ya no nos
encontráramos sobre tierra firme, sino sobre un océano agitado y de que las
cosas que creemos sólidas (como una casa o el suelo hormigonado de una ciudad),
no lo parecían en absoluto en ese momento, tal y como se movían de izquierda a
derecha sin ningún control.
Tras lo gordo ese océano se calmó.
O sea, siguió moviéndose durante un rato más, pero ahora la sensación era la de
estar meciéndose lentamente en una barca sobre un mar en calma.
Este terremoto, de 7.6 en la escala
de Ritcher, llevaba esperándose desde hace tiempo. Al parecer, cada 50 años más
o menos se viene repitiendo un terremoto de gran intensidad en la Península de
Nicoya, donde efectivamente se localizó el epicentro a pocos kilómetros de
aquí. El último fue en 1959, con lo que han pasado 53 años hasta la mañana de
hoy.
En principio este episodio, que se
saldó sin una gran cantidad de daños, tanto personales como materiales, se
quedaría simplemente en el terreno de las anécdotas, pero al final para
nosotros supuso algo más. Seguimos con nuestro día y nos acercamos a las oficinas
de la MINAE, donde nos informan de que debido al seísmo, los dos parques que
pretendemos visitar están cerrados preventivamente hasta nuevo aviso. Ante este
contratiempo, decidimos posponer la visita a estos lugares para la próxima vez
que pasemos por aquí (presumiblemente cuando volvamos a bajar dentro de unos
meses), y seguir hacia Nicaragua, donde intentaremos contemplar el espectáculo
de la arribada de las tortugas olivaceas en las playas de puesta del sur del
país.
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